“Los Señores Cortés”
Una inquietud
permanente en mi vida ha sido la de conocer las raíces de donde provengo. Buscando
por internet la genealogía del apellido Cortés, encontré que éste proviene de la
provincia de Aragón en España, desde donde se extendió a las colonias hispanas durante
la conquista de América, siendo uno de sus más distinguidos exponentes Hernán
Cortés, quien vino a América en 1504 impulsado por un gran fervor religioso, y
conquistó México para la corona Española al someter al imperio azteca hacia
1520.
Otros
conquistadores del mismo apellido vinieron y se radicaron en Colombia, por lo
que es fácil encontrar personas con este apellido en diferentes departamentos y
poblaciones del país, así no se relacionen directamente. Por ejemplo, en Suesca
encontramos hoy en día no solo a los descendientes de mi familia, sino también
a la familia de Luis Felipe Cortés,
quien organizó y dirigió por varios años el Club de Leones de Suesca y promovió
la cultura en este municipio.
Ahora me referiré principalmente
a cuatro miembros de la familia Cortés-Guáqueta de la cual provengo, quienes
vivieron entre 1870 y 1970, principalmente en Suesca, en la vereda de Cacicazgo,
quienes fueron conocidos en Suesca como “los
señores Cortés”. La cabeza de dicha familia
se llamaba Apolinar Cortés Jiménez, quien nació muy probablemente en Suesca. Sé
que tuvo varios hermanos, aunque no llegué a conocerlos: Francisco, Eleuterio,
Gregorio, Otoniel, y Paulina. Por mis primos mayores supe que Apolinar en su juventud trabajó como cochero
de Carlos Holguín Mallarino, en la hacienda que poseía en Suesca. Indagando por
internet encontré que Carlos Holguín Mallarino fué Presidente de la República de
Colombia entre 1888 y 1892.
Aunque
no me ha sido posible aún validar en la partida de nacimiento o de matrimonio,
por mi madre sé que mi abuelo Apolinar se casó con mi abuela Juana Guáqueta hacia
1900, cuando él tenía aproximadamente 30 años y ella apenas contaba 13 años. El
padre de Juana, Felipe Guáqueta, poseía varias fincas en Suesca, y al morir
dejó terrenos en la vereda de Cacicazgo a su hija Juana. De dicho matrimonio
nacieron tres hijos varones (Marcelino. Abelardo, e Hipólito), y seis mujeres (María,
Dolores, Procesa, Helena, Nieves y Benedicta). En esta narración me referiré principalmente
a los varones de la familia,
Por haber
nacido después de su fallecimiento en 1944, no conocí personalmente a mi
abuelo Apolinar. En una foto de él, que
aún conserva mi hermano Felipe, se ven unos rasgos de origen español y un porte
distinguido. Por transmisión oral de los familiares que alcanzaron a conocerlo,
me llegó una descripción no muy ejemplar, pues al parecer despilfarraba los
ingresos que recibía de su trabajo, y en otras épocas no trabajaba aduciendo enfermedad,
a pesar de haber muchas necesidades en el hogar. Por esto le correspondió a mi
abuela Juana asumir el sostenimiento del hogar y la crianza de los hijos.
Además ella sembraba y cosechaba en un terreno ubicado cerca de La Silesia en
Suesca que había pertenecido a sus padres.
Marcelino fué el primer
hijo de la familia Cortés-Guáqueta, quien desde joven se fue de la casa. Tuvo
una compañera, llamada Eva Alvarez, natural de Chocontá, con quien tuvo una hija
a quien le dieron el nombre de Inés Cortés. Eva falleció al poco tiempo de
haber dado a luz, y Marcelino le entregó la bebé a mi abuela. Posteriormente se
fue a trabajar a un depósito de carbón en Bogotá, donde tuvo otra compañera que
al parecer era pariente, pues se llamaba Juana Cortés, y con ella tuvo un hijo
a quien se llamó Carlos. Después de haber vivido por varios años en Bogotá,
Marcelino regresó a Suesca y trabajó con
su hermano Abelardo, hospedándose en la casa de su hermana María, en Cacicazgo.
Las cinco hermanas
mayores también dejaron el hogar en la medida en que se fueron casando, aunque
se establecieron muy cerca de la casa paterna. Después de seis hijas mujeres, en
1917 nació el segundo hijo varón a quien se le llamó Abelardo. No obstante ser
uno de los hijos menores, ayudó a su madre en la lucha contra la pobreza, comenzando
a trabajar en las minas de carbón en Suesca desde cuando era un niño. A
la edad de 20 años Abelardo ya había ahorrado suficiente para construir una
casa sobre la carretera que conduce al pueblo, antes del puente sobre el río
Bogotá, a donde se trasladó hacia 1942, junto con su madre, su hermana
Benedicta y su sobrina Inés. Allí Benedicta (mi madre), ayudada por su sobrina
Inés, instaló una tienda donde se vendían víveres, comestibles y cerveza, siguiendo
la sugerencia de su hermano Abelardo de “ponerle la trampa al centavo”.
Unos años mas
tarde Abelardo trabajaba en las minas de San Vicente, donde se distinguió por
sus dotes de liderazgo, por lo cual lo nombraran presidente del sindicato. Hacia
1940 un acontecimiento casual llevó a Jorge Eliécer Gaitán a visitar Suesca.
Años atrás él había fundado un movimiento politico llamado Unión Izquierdista, vinculando
a los sindicatos, la clase obrera, y en general a los desposeídos. Por supuesto
él buscaba adeptos a su causa política, al ponerse en contacto con el sindicato
de la más poderosa mina de carbón de ese entonces, la de San Vicente. En su
calidad de presidente del sindicato, Abelardo organizó una recepción al líder
político en Suesca, en la cual quien dirigió las palabras de bienvenida fue mi
madre.
Como consecuencia
de su papel de líder sindical, varios empresarios del carbón le tomaron
desconfianza a Abelardo por la amenaza que él representaba si sus obreros se
sindicalizaban y reclamaban sus prestaciones legales. Además se ganó la antipatía
de algunos de sus compañeros, lo cual lo llevó a cambiar de empleo.
Afortunadamente hizo contacto con don Alfonso Bueno Medina, un paisano suyo a
quien conocía desde años atrás, quien le propuso que fuera su capataz en las
minas de carbón que tenía en Cacicazgo. Abelardo aceptó y se desempeñó en ese
puesto por seis años, durante los cuales desarrolló habilidades administrativas
y directivas.
Con esa
experiencia, Abelardo adquirió también un mayor conocimiento del negocio del
carbón, en una época en que no se había extendido aún el uso del gas en las
estufas y se cocinaba con carbón, por lo cual había alta demanda por este
mineral. Decidió entonces iniciarse como empresario, comprando con sus ahorros
un lote de terreno que comenzó a explorar en busca de yacimientos de carbón, y
después de invertirle trabajo y dinero por varios meses logró encontrar la veta
del mineral. De ahí en adelante cambió por completo el nivel de vida de
Abelardo y la familia, ya que el beneficio se extendió a varios de sus miembros.
Es así como con los ingresos que le produjo la venta del carbón en el primer
año pudo adquirir otra casa en el centro de Suesca, muy cerca del parque
principal.
Luego, como
fruto de un esfuerzo continuado durante varios años, mi tío Abelardo fue
incrementando su patrimonio, comprando dos lotes en Bogotá, construyendo en el primero
de ellos una casa de dos pisos con manzarda donde residió por muchos años, y en
el segundo construyó un edificio de cinco pisos, con doce apartamentos para
arrendar. Más adelante compró otras minas que extendieron su propiedad a mas de
60 fanegadas, todas ellas con explotación carbonífera, y ubicadas en Suesca.
Sus ingresos fueron creciendo proporcionalmente, mas así también los problemas,
pleitos, gastos y atenciones con abogados, ingenieros, autoridades locales y jurisdiccionales.
Gracias a su esfuerzo y talentos, lideró la industria del carbón en el
Municipio, fué la cabeza de la familia Cortés-Guáqueta, y acumuló fortuna como
empresario y constructor.
El tío Abelardo
tuvo varios hijos antes de casarse: Clara Beatriz con Gregoria Otálora, natural
de Chocontá; Estela, y Abelardo-1 con Tránsito Cortés de Suesca, y Abelardo-2,
Carlos, Amparo y Virginia con Alicia Sanabria de Bogotá. Después de vivir
muchos años como soltero, a la edad de 40 años se casó con Graciela Sánchez,
natural de Pesca, Boyacá, con quien tuvo tres hijos: Mabel Juana, Abel Iván, y
Javier.
Continuando la
historia de Marcelino el mayor de mis tíos, cabe mencionar una anécdota
familiar que me contó mi padre: en alguna ocasión Abelardo fué a visitar a su
hermano Marcelino a un depósito de carbón en Bogotá donde trabajaba, y al verlo
en malas condiciones le compró un vestido nuevo y le propuso que se fuera con
él a colaborarle en las minas de carbón que tenía en Suesca. El papel que le
asignó consistía un controlar los viajes de carbón que salían de la mina en los
camiones, y quién los cargaba, pues de ahí se derivaban los ingresos de la
empresa minera. Este episodio juntó inseparablemente hasta su muerte a Marcelino
con su hermano Abelardo.
Durante la semana
laboral el tío Marcelino vivía en la casa de mi tía María en Cacicazgo, y en
los fines de semana acostumbraba visitar a mi abuela Juana, quien vivía en la
casa del tío Abelardo en Bogotá. Por razones de su ocupación, Marcelino madrugaba
mucho, y antes de desayunar e ir a su trabajo en las minas de Abelardo, iba a
rezarle a la Virgen en las Rocas de Suesca. De paso hacia las Rocas despertaba
a su hermana Dolores golpeando en la ventana y diciéndole “está tarde Lolita”.
Ella le preparaba su desayuno mientras él regresaba, pero alguna vez, le falló
el reloj biológico, y se levantó a las 2 de la mañana. Cuando mi tía Dolores se
dió cuenta de la hora en que la despertó, lo regañó y lo mandó a acostarse
diciéndole que dejara dormir.
Hipólito fué el
menor de los hermanos Cortés-Guáqueta, y por consiguiente muy cercano en edad a
sus sobrinos mayores. Tenía un temperamento jovial y acostumbraba ir a las ferias
y fiestas de los pueblos de la región, ya que le gustaba apostar en el juego y
en las peleas de gallos. Son muchas las anécdotas que se recuerdan acerca de él,
especialmente de las travesuras que hacía en compañía de sus sobrinos que
vivían cerca, las cuales no son del caso narrar. El también trabajó desde niño
en las minas de carbón, y a la edad de 25 años construyó una casa en terrenos
de su madre en Cacicazgo, y luego se casó con Leonor Alfonso. Con ella vivió allí
y tuvieron sus primeros hijos: Eduardo,
Myriam y Martha.
Siguiendo el
ejemplo de su hermano Abelardo, Hipólito inició una mina de carbón en Estancia
Grande, cerca a los límites de Suesca con Sesquilé, la cual resultó muy
productiva. Por esto mi tío “Polo” la llamó “El Chiripazo”, ya que la veta de
carbón estaba muy cerca de la superficie y era bastante alta, permitiendo a los
picadores trabajar desde parados. Esta mina tenía además la ventaja de que
quedaba lindando con la carretera, facilitándose la venta y transporte del
mineral. Contando con buenos ingresos, Hipólito siguió el ejemplo de mi tío
Abelardo, construyendo una casa en Bogotá, a donde se trasladó con su esposa y
sus hijos. Allí tuvieron otra hija, a quien se le dió el nombre de Cristina.
No obstante la
buena fortuna de Hipólito en el juego y en los negocios, no fue así en el amor,
pues su matrimonio tuvo muchos tropiezos, y sus hijos padecieron la separación
de sus padres cuando ellos eran niños. En la última etapa de su vida el tío
Polo, como cariñosamente le llamábamos, luego de separarse de su esposa vivió
con Elvia Osorio, con quien tuvo un hijo a quien se llamó César Hipólito Cortés.
Infortunadamente el tío Polo falleció a la edad de 44 años, cuando el último de
sus hijos tenía unos cuatro años.
Una anécdota familiar
que recuerdo acerca de la jovialidad de mi tío Polo se presentó en la época en
que él iba con frecuencia a nuestra casa de mis padres (Benedicta y Rafael), en
razón de que ellos eran los acudientes de sus hijos cuando estudiaban en Bogotá
y estaban afrontando la separación de sus padres. En alguna ocasión su visita
coincidió con el momento en que rezábamos la Novena de Aguinaldos, y como él era
siempre jocoso, ponía la nota de humor en las reunions. Al cantar el villancico “Vamos Pastores Vamos”, el tío Polo en lugar de decir “vamos a
Belén, a ver a la Virgen y al Niño también” él dijo: “a ver a Benedicta y a
Rafico también”, haciéndonos reír a todos los que estábamos presentes.
Al culminar este relato,
me pongo a reflexionar sobre el sentido y la trascendencia que pudo tener el
término que escuchaba de niño “los señores Cortés” cuando la gente se refería
en forma deferente a mis tíos Abelardo, Marcelino e Hipólito Cortés. Para mí
esta frase significaba respeto, admiración y adherencia a los valores que ellos
representaban. En Abelardo, la valentía, el liderazgo y la persistencia en la
realización de sus sueños. En Marcelino, la paciencia, el espíritu de servicio
y el gusto por la vida. En Hipólito, la jovialidad, la tolerancia y el manejo
del azar. Pero en mi concepto los valores más sobresalientes son la abnegación,
el sacrificio, y la lucha por la vida que les transmitió mi abuela Juana Guáqueta
a sus hijos, “Los señores Cortés”. Considero que esta historia puede ser
ejemplo para las nuevas generaciones de Suescanos al transmitir los valores de
quienes los han antecedido.
Rafael Palacios Cortés
Mayo 19 de 2014