Como complemento al post Gonzalo Jiménez de Quesada, dedicado al conquistador del interior del país y fundador del Nuevo Reino de Granada, que fue publicado en este blog el 20 de junio de 2011, narraremos a continuación en forma sintética el recorrido que hizo en una penosa travesía de casi dos años, hasta la fundación de la ciudad que se convertiría en la capital de la República de Colombia.
1. De España a Amércia
Gonzalo Jiménez de Quesada, quien había ejercido como abogado de la Real Audiencia de Granada, se embarcó a mediados de 1535, como parte de la comitiva del recién nombrado gobernador Fernández de Lugo, quien lo nombró Teniente para administrar justicia, cargo que también se conocía como Justicia Mayor.En enero de 1536 Fernández de Lugo desembarcó en Santa Marta con 1.500 hombres, entre los cuales figuraban Gonzalo Jiménez de Quesada. Con la llegada de la comitiva de Fernández de Lugo se desató una epidemia de disentería que llevó a muchos a la muerte. Esto dificultó aún más la labor del nuevo gobernador, que intentaba pese a todo suplir las necesidades de su población.
Tres meses después de su llegada a Santa Marta, y debido a la precariedad que se vivía en esa ciudad, Jiménez de Quesada organizó desde esa ciudad una excursión hacia el interior del territorio siguiendo el curso del rio Magdalena, que dividía a las provincias de Santa Marta y Cartagena, con la intención de alcanzar el nacimiento de dicho río, que se suponía estaba en el Perú, territorio del que ya se tenían noticias por haber sido conquistado por Francisco Pizarro en 1532.
2. En la provincia de Vélez
Después de un penoso viaje llegaron al sitio donde después se fundaría el pueblo de Vélez, en la provincia que llevaría ese mismo nombre, en dominios de la Confederación Muisca. A partir de allí el camino se hizo más aplanado y fácil de transitar; además, el clima se hizo más templado, lo que sirvió en beneficio de la salud de todos los hombres, que recuperaron el buen ánimo. En total, la expedición había quedado reducida en ese punto a 166 hombres y 60 caballos.
La nueva tierra descubierta estaba muy poblada por indígenas de aspecto distinto al que tenían los indios de las selvas y las costas, y cuyo idioma ya no podían traducir los intérpretes que habían llevado desde Santa Marta. Entretanto, los españoles iban pálidos y flacos por las muchas penalidades sufridas en el viaje, y casi del todo desnudos, según refiere Fernández de Piedrahíta. Estando allí, los españoles recuperaron la salud gracias a los buenos aires y el clima templado. También los caballos se recuperaron de su extrema flaqueza, ya que los indios les ofrecían alimento y mantas de algodón teñidas de vivos colores, y los españoles se vistieron al estilo de los muiscas.
3. Reacción a los caballos
Continuaron los españoles la marcha rodeados por indios cada vez más numerosos, que se admiraban sobre todo de ver a los caballos, pues no sabían si hombre y caballo eran un mismo ser. El cronista Lucas Fernández de Piedrahita refiere que algunos indios murieron de la impresión; otros se quedaban pasmados y completamente paralizados al ver correr a los caballos; y otros cerraban los ojos por el temor. Una vez se calmaron los indios, los españoles siguieron su camino hasta encontrar el río Saravita. En ese río el capitán Gonzalo Suárez Rendón se cayó con su caballo; al caballo se lo llevó el río, y el capitán pudo ser rescatado por sus compañeros.
Después de unos días, los españoles guiados por algunos indígenas, llegaron a Guachetá, poblado populoso al que llamaron San Gregorio, por ser el día de ese santo. Los habitantes de Guachetá, enterados de la llegada de los extranjeros, habían huído antes de que éstos llegaran, dejando el pueblo abandonado, y pensando que los españoles eran hijos del sol y comían carne humana. Entretanto, el zipa Tisquesusa, que ya se había enterado de la llegada de los extranjeros, envió espías para que le informasen cuántos eran, las armas que traían y sus intenciones, para con estos datos decidir qué hacer.
Los espías le hablaron al zipa de los caballos, a los que llamaban "venados grandes" en su lengua. Tisquesusa ya tenía noticias de los caballos por informaciones anteriores, pero estos últimos espías se dieron cuenta de que un caballo había muerto y de que los españoles lo habían enterrado, por lo que quedaba descartado que fueran animales inmortales. También le describieron las armas que habían visto y el aspecto físico de los extranjeros.
4. Llegan a Suesca
Los españoles pasaron luego por los pueblos muiscas de Moniquirá, Susa, Tinjacá y Guachetá; después siguieron por Lenguazaque, Cucunubá y Suesca. En estas últimas poblaciones fueron recibidos por la población con abundantes ofrendas de venados, conejos y telas de variados colores.
El 14 de marzo de 1537, Jiménez de Quesada llegó a Suesca, cuyos habitantes agasajaron a los españoles en su campamento con carne de venado y conejo, y otros alimentos preparados a base de maíz; también les obsequiaron mantas de algodón pintadas de vivos colores.
Cuando Jiménez de Quesada quiso visitar al cacique de Suesca, el conquistador observó que el cacique permanecía amarrado en medio de su cercado, mientras sus nueve esposas se turnaban para azotarlo; al preguntar sobre el motivo del castigo, el intérprete le informó que el cacique se había excedido en una borrachera, y que por eso sus esposas lo estaban castigando. Jiménez de Quesada les rogó a las mujeres que perdonaran al cacique, que ya derramaba sangre de su espalda, pero las mujeres no cedieron.
Estando los españoles en Suesca, un indio muisca fue al campamento de los españoles con la intención de obsequiar a su General dos mantas de algodón; en el camino se encontró con el soldado Juan Gordo. Al ver al español, el indígena se asustó y salió corriendo, dejando las mantas tiradas en el suelo; Gordo recogió las mantas y, días después, el hombre muisca se quejó ante el General de que ese soldado le había robado las mantas. Jiménez de Quesada sometió a juicio a Juan Gordo, quien fue declarado culpable y condenado a muerte. La sentencia se ejecutó sin piedad para que, según el General, “los demás tuvieran freno”.
5. Siguen a Nemocón
Desde Suesca, los españoles continuaron su marcha a Nemocón, población en la que se extraía la sal que habían descubierto cerca de Barrancabermeja. El zipa Tisquesusa, señor de Bacatá, a cuyos dominios pertenecía Nemocón, estaba enterado de la llegada de los extranjeros por las noticias que le llevaban sus espías. El cacique, resuelto a expulsar a los extranjeros, envió a 500 de sus mejores güechas (guerreros muiscas) para que enfrentaran a los españoles; muchos de los güechas llevaban a la espalda momias de insignes guerreros que habían muerto en batalla. Los güechas de Tisquesusa atacaron a los españoles por la retaguardia cuando se dirigían hacia la población de Zipaquirá, pero los españoles los derrotaron.
6. Batalla en Cajicá
Los güechas que habían sido vencidos en Nemocón huyeron con rapidez y se refugiaron en la fortaleza militar en el cerro Busongote, en Cajicá, sobre el camino muisca que iba de Tabio a Zipaquirá. Esta era la principal fortificación con la que contaba el zipa de Bacatá; estaba construída con gruesos troncos de varios metros de altura y con cañas entretejidas cubiertas por telas de algodón de gran longitud. Al día siguiente salieron los güechas de su atrincheramiento y fueron derrotados por los españoles en una breve batalla. Los españoles ingresaron entonces en el fuerte de Busongote, donde encontraron abundantes provisiones de comida y mantas.
Desde Cajicá partieron los conquistadores hacia Chía, poblado de abundante población, extensos cultivos y grandes construcciones. La construcción más grande que encontraron allí fue el templo de la luna. Una peculiaridad de las construcciones que encontraron en Chía era que algunas casas aisladas de la población que eran usadas por los indios nobles principales como casas de recreo.
7. En Chía
Al llegar a Chía en abril de 1537, los españoles celebraron la Semana Santa, un año después de haber salido de Santa Marta. Quedaron en buena amistad con los habitantes de esa población y se prepararon para continuar la marcha con la esperanza de encontrarse con el zipa Tisquesusa, del que ya tenían noticias. Sabían que el zipa residía en el poblado de Funza, capital del Zipazgo de Bacatá, a pocas leguas de Chía, por lo que comenzaron a enviarle propuestas de paz con mensajeros para así evitar tener que ir a las armas, pero el zipa desconfiaba y no quería tener ningún trato ni contacto con los españoles debido a una profecía que le advertía que moriría a manos de unos extranjeros venidos de lejanas tierras.
8. Llegan a Suba
Cuando se estaban preparando para partir hacia Funza, llegó a los españoles el cacique de Suba, conocido como Subausaque, suegro de Tisquesusa, el cual les agasajó con carne de venado, finas mantas de algodón y otros regalos, y después de se habían ido de su poblado el cacique seguía enviándoles regalos; con este cacique hicieron los españoles una paz general que no se quebrantó nunca. Luego de que los españoles anduvieron por las tierras de Bacatá y de que se adentraran por las de Tunja, donde tuvieron algunas batallas, regresaron a la Sabana de Bogotá, donde los esperaba de nuevo el cacique de Suba con más regalos, por lo cual se afianzó aún más su amistad.
9. Llegan a Funza
Levantado el campamento de Suba, los españoles se dirigieron al cercado de Funza, capital de la provincia de Bacatá, en donde residía el zipa Tisquesusa. A Funza llegaron sin encontrar resistencia, pues el zipa, al enterarse del avance de los extranjeros, ordenó el desalojo del poblado y huyó junto con su familia, su corte, sus sacerdotes y sus más de 400 esposas hacia el palacio de Facatativá. Los españoles se alojaron en el palacio de Tisquesusa en Funza, donde no encontraron ningún objeto de oro ni de ningún material precioso, pues todo se lo habían llevado los indios.
Como Tisquesusa ya sabía del interés que mostraban los españoles por el oro y las piedras preciosas, mandó a diez o doce de sus hombres para que hicieran desviar a los españoles del camino, diciéndoles que iban de parte del cacique de Chocontá. Tisquesusa envió a sus hombres con comida, mantas y esmeraldas de Somondoco, con la instrucción de que llevaran a los españoles a Chocontá, y que desde allí les indicaran el camino hacia las minas de Somondoco, que estaban a cuatro jornadas de Chocontá. El zipa previno también que los hombres que enviaba se vistieran como los chocontaes, cuyos trajes eran diferentes de los de los bacataes.
10. Rumbo a Chocontá
Jiménez de Quesada, decepcionado por no haber podido encontrar al zipa, e intrigado por conocer el origen de las esmeraldas que le mostraban, decidió entonces partir hacia Chocontá, guiado por los falsos emisarios enviados por el zipa, para luego seguir camino hacia el norte, en busca de las minas de esmeraldas de Somondoco, a la vez que aprovecharía para buscar a Quemuenchatocha, zaque de Hunza, de quien ya tenía noticias. Luego de salir de Funza, Jiménez de Quesada pasó por Bojacá, cuyo utatiba no quiso agasajarlo, a diferencia de los otros caciques de la Sabana de Bogotá; después pasó por Engativá, Usaquén, Teusacá (actual municipio de La Calera), Guasca y Guatavita, hasta llegar al Valle de Chocontá el 9 de junio de 1537, cuatro días después de haber partido de Funza. En Chocontá los españoles fueron recibidos con agasajos y fiestas.
Ese día se conmemoraba la Pascua de Pentecostés, que fue celebrada con una misa oficiada por el padre fray Domingo de las Casas, quien le dió al poblado el nombre de Pueblo del Espíritu Santo. Los cronistas españoles registraron que, al llegar Jiménez de Quesada a Chocontá, había un gran número de viviendas y una población abundante. El poblado estaba situado justo frente al actual, al otro lado del río Funza (antiguo nombre del río Bogotá), en el lugar que hoy se conoce como Pueblo Viejo.
La noche en que Jiménez de Quesada y sus hombres llegaron a Chocontá, un soldado llamado Cristóbal Ruiz enloqueció de la nada, mostrando todos los signos de haber perdido la razón; se comportaba de forma extraña, gritaba furioso y decía incoherencias; esa misma noche, otros cuatro españoles experimentaron los mismos síntomas, y a la mañana siguiente eran ya más de cuarenta. Esto causó gran alarma entre los demás hombres que no habían sido afectados; sin embargo, a la noche del segundo día, los enfermos empezaron a reponerse.
Entonces se descubrió que la causa de la locura transitoria había sido que algunas de las mujeres de Chocontá, con el fin de escapar de los españoles, se pusieron de acuerdo para echar en la comida de éstos una preparación hecha con una planta alucinógena a la que los muiscas llamaban tyhyquy, gracias a lo cual muchas mujeres escaparon. Después de esto, Jiménez de Quesada y sus hombres partieron hacia Turmequé, en camino hacia Somondoco, guiados por hombres del cacique de Chocontá, quien fue bautizado con el nombre de Pedro Rodríguez, y murió 48 años después.
11. Minas de Somondoco
Desde Chocontá se dirigieron los españoles a Turmequé, Tenza y Garagoa. El cacique de Chocontá envió con los españoles algunos guías que acompañaron al capitán Pedro Fernándes de Valenzuela y a algunos soldados que iban con él, y les llevaron hasta las minas de esmeraldas de Somondoco, mientras que Jiménez de Quesada y la mayor parte de sus hombres acamparon en Turmequé, por haber sido informados por sus guías de que Somondoco era tierra carente de recursos, donde no se podría sostener por varios días toda la gente que llevaban. La comisión del Capitán Valenzuela regresó con grandes muestras de esmeraldas y la noticia de haber visto desde las sierras inmediatas la dilatada extensión de los Llanos Orientales. Con este aviso se preparó una expedición a cargo del Capitán San Martín, quien llegó hasta Iza, donde se enteró de la existencia de un poderoso cacique llamado Tundama; entonces regresó sin haber podido explorar los Llanos.
12. Conquista de Tunja
Jiménez de Quesada, junto con algunos soldados de a pie y otros a caballo, marchó con rapidez hacia Hunza (la actual Tunja), intentando llegar de día, puesto que, según sabía, allí residía el poderoso zaque Quemuenchatocha, quien era igual en dignidad al zipa de Bacatá, e incluso se preciaba de tener preeminencia y antigüedad sobre los zipas. El zaque, al enterarse por sus espías de la proximidad de los extranjeros, envió a su encuentro una comitiva con regalos de telas y alimentos para entretenerlos, mientras ponía a salvo el oro y las esmeraldas, de los que sabía ya que tenían gran codicia.
Cuando los españoles llegaron a Hunza, se dirigieron al cercado de Quimuinza, donde residía el zaque Quemuenchatocha. Al entrar, quedaron muy impresionados ante la vista del palacio real, cuyos muros estaban todos recubiertos de láminas de oro, mientras que en las puertas colgaban cortinas hechas de campanillas de oro. La confusión y sobresalto de la multitud en ese momento fue considerable, pues Hunza estaba llena de personas que no estaban listas para la inesperada llegada de los extranjeros.
Los jinetes se enfilaron por delante a alguna distancia de la infantería para asegurar una mejor defensa, esperando las órdenes del Capitán Suárez Rendón. En ese momento los tunjanos cerraron las dos puertas de los cercados de palacio, dejando a los españoles sin opción de escape, encerrados entre cercado y cercado. Mientras tanto, hacia el exterior la servidumbre del zaque arrojaba, de mano en mano, todos los objetos de oro que podían, sin que los españoles aún se percataran, pues estaban tratando de romper las ligaduras de la puerta del cercado que daba acceso al palacio.
Jiménez de Quesada bajó de su caballo mientras el alférez Antón de Olaya cortaba por fin las ligaduras de la puerta. Los dos fueron los primeros en entrar, espada en mano, al palacio, seguidos por el resto de los soldados. Entonces se dirigieron a la casa más grande y vistosa del palacio, abriéndose paso con cautela entre la multitud de personas atemorizadas. Cuando entraron en el gran bohío, encontraron en éste al zaque.
13. Saqueo de Sogamoso
Estando en Tunja, Jiménez de Quesada se enteró de que en un poblado llamado Suamox (actual Sogamoso) había un inmenso templo dedicado al culto del sol que estaba guarnecido de innumerables riquezas. En su camino hacia Sogamoso, los españoles pasaron por Paipa y entraron en la comarca del cacique Tundama, quien logró escapar a tiempo y esconder sus tesoros, dejando decepcionados a los españoles.
En varias casas recogieron láminas y otros objetos de oro en buena cantidad. Dos soldados fueron los primeros en entrar con antorchas en el Templo del Sol, en el que había muchas momias adornadas con oro y vestiduras coloridas; como el suelo estaba cubierto de estera fina de esparto y las paredes de carrizos pulidos y entretejidos, el fuego de las antorchas, manejadas con torpeza por los soldados que querían recoger todo el oro que pudieran entre sus manos, hizo que se incendiera el lugar con mucha rapidez, quedando consumido y reducido a cenizas.
14. Expedición a Neiva
Cuando represaron los españoles a Tunja después del saqueo de Sogamoso, dejaron en libertad a Quemuenchatocha y emprendieron el camino hacia el Valle de Neiva, alentados por las noticias de grandes riquezas que había allí. En el camino, cuando pasaban por la llanura de Bonza, se enfrentaron en una sangrienta batalla contra el cacique Tundama, en la que Jiménez de Quesada estuvo a punto de morir, pues el Tundama había convocado a un inmenso ejército de indígenas armados de flechas envenenadas; sin embargo, los españoles lograron vencer con dificultad.
Luego siguieron la marcha hasta Suesca, lugar predilecto de Jiménez de Quesada por el buen clima y buen trato que recibía por parte de los nativos. En Suesca estableció un cuartel general y desde allí continuó la marcha, atravesando a toda prisa la Sabana de Bogotá, bajó al pueblo de Pasca y llegó a las ardientes regiones del Magdalena cundinamarqués. La expedición fue desastrosa y con dificultad llegaron al valle de Neiva. Casi todos los hombres enfermaron y algunos murieron. Sin haber encontrado nada, se vieron forzados a regresar al Altiplano Cundiboyacense, por lo que Jiménez de Quesada llamó al Valle de Neiva como el Valle de las Tristezas.
15. La conquista de Bogotá
Al regresar a la Sabana de Bogotá, el General se encontró con su hermano, Hernán Pérez de Quesada, quien le informó que había descubierto el paradero del zipa Tisquesusa, quien se encontraba en su palacio de Facatativá. Jiménez de Quesada partió por la noche hacia Facatativá, acompañado por sus mejores hombres. Por fin, encontraron el palacio del zipa y emprendieron el ataque de inmediato. Tisquesusa salió corriendo en medio de la oscuridad, entre los matorrales, hasta que un soldado español, sin saber que se trataba del zipa, le atravesó el pecho con una espada. Al ver las ricas vestiduras y accesorios que llevaba, el soldado español lo despojó de todo, dejándolo desnudo y agonizando.
Al día siguiente, algunos vasallos de Tisquesusa encontraron su cuerpo luego de ver gallinazos volando en el sector. Enseguida lo levantaron y se lo llevaron con mucha cautela, dándole sepultura en un lugar desconocido. Entretanto, los españoles, irritados por no haber hallado el tesoro de Tisquesusa, quien lo había hecho esconder, sino sólo algunas alhajas propias de la vestimenta diaria, una vasija de oro en la que el zipa se lavaba las manos y muchos aprovisionamientos de comida, regresaron decepcionados a Funza, y sólo algunos días después se enteraron de que el zipa había muerto aquella noche.
16. Zaquesazipa asciende al trono de Bacatá
Ante la debilidad de Chiayzaque, cacique de Chía y legítimo sucesor de Tisquesusa, Zaquesazipa, hermano de Tisquesusa, asumió el mando del zipazgo de Bacatá. Las tensiones entre los muiscas se intensificaron luego de la muerte de Tisquesusa, pues el heredero legítimo, Chiayzaque, sobrino del zipa y cacique de Chía, estaba a favor llegar a un acuerdo de paz con los españoles, pero no recibía el apoyo mayoritario de su pueblo. Chiayzaque denunció ante Jiménez de Quesada a su tío Zaquesazipa como usurpador del trono, pues este no había respetado las reglas de sucesión matrilineal que eran obligatorias entre los muiscas.
Entretanto, Zaquesazipa, también llamado Sagipa, hermano de Tisquesusa, no contaba con el apoyo de la Corte ni de la familia real, pero sí tenía el respaldo mayoritario del pueblo muisca y estaba decidido a combatir contra los españoles hasta obtener la victoria, a pesar de que los nobles uzaques hacían todo lo posible para entorpecer su labor. Pese a todas las dificultades, Zaquesazipa se hizo nombrar zipa y de inmediato lideró numerosas tropas contra los españoles, causándoles algunas pérdidas de importancia.
17. Encuentro con Zaquesazipa
Estando en Bosa, Jiménez de Quesada recibió a los mensajeros del nuevo zipa, quienes llegaban con el ofrecimiento de pactar la paz, además de llevar con ellos numerosos regalos entre los que se incluían sirvientes que le ofrecía el zipa al General español y muchas mantas, oro y esmeraldas. Poco después llegó el zipa a Bosa para encontrarse con Jiménez de Quesada. El zipa llegó a Bosa cargado en andas de oro por sus siervos y rodeado de su parentela y hombres de guerra.
En el encuentro, Zaquesazipa le solicitó a Gonzalo Jiménez de Quesada su ayuda para combatir a los panches, implacables enemigos de los muiscas, que acababan de asaltar la población de Zipacón, tomando muchos cautivos y destruyendo las sementeras y los cultivos. Quesada aceptó prestarle su ayuda, y así partieron 12.000 güechas muiscas y 40 soldados españoles hacia el territorio panche de Anolaima, donde, después de varias batallas y combates sangrientos, los panches fueron sometidos en la batalla de Tocarema.
18. Muerte de Zaquesazipa
Luego de la rotunda derrota de los panches por parte del ejército mancomunado de los españoles y los muiscas, el zipa y los españoles fueron a Bojacá a celebrar el triunfo con grandes regocijos y fiestas. Allí mismo ocurrió un hecho que fue reprochado por los mismos españoles, quienes atribuyeron a la excesiva codicia la infame actitud que tomó Jiménez de Quesada al ordenar, en medio de la fiesta, que Zaquesazipa fuera capturado y hecho prisionero, con el propósito de hacerlo confesar el paradero de los tesoros de Tisquesusa, pues alguien le había dicho que el nuevo zipa estaba enterado del escondite de dicho tesoro.
Zaquesazipa fue conducido prisionero a Funza, donde el conquistador le exigió que le entregara el tesoro de Tisquesusa y le dio a un plazo para que llenara un bohío con oro hasta el techo a cambio de su libertad. Zaquesazipa respondió que le pediría el oro a sus vasallos, y que en cuatro días esperaba obtenerlo. Vencido el plazo, el bohío aún no había sido llenado de oro, por lo que Jiménez de Quesada ordenó la tortura de dos uzaques que por enemistad con el zipa no querían entregar ni una pieza de oro. Los dos uzaques, al negarse aún después de la tortura a entregar nada, fueron condenados a morir en la horca.
Zaquesazipa se volvió melancólico y no respondía ya a las preguntas de los españoles, guardando silencio en todo momento. Jiménez de Quesada organizó entonces un juicio, poniendo como abogado defensor del zipa a su hermano Hernán. En el proceso se recurrió a la tortura para intentar hacer hablar a Zaquesazipa, pero fueron tales los daños que recibió, que a los pocos días murió.
19. Fundación de Santa Fe de Bogotá
El 6 de Agosto de 1538 Jiménez de Quesada fundó la ciudad de Santafé de Bogotá, hoy capital de la República de Colombia. Él pensaba ir pronto a la Corte de Madrid para dar cuenta de lo que había descubierto y así obtener el gobierno de aquellas tierras, pero se percató de que no podía partir sin formalizar la Conquista con mayores ceremonias. Entonces decidió echar los cimientos de un pueblo en el que permaneciesen los españoles seguros mientras él iba y volvía de España.
Para elegir el lugar apropiado, mandó explorar el campo y se decidió por el que le aconsejaron los españoles, en un lugar elevado junto a los Cerros Orientales, cerca del palacio de recreo de Teusaquillo, que pertenecía al zipa. El suelo allí era firme y fértil, las aguas bajaban de los cerros en numerosos riachuelos y había en los alrededores suficientes bosques y piedra como para emprender la construcción de las prmieras edificaciones. Además, las montañas del Oriente ofrecían una defensa natural contra el ataque de cualquier enemigo. Se hicieron entonces los cimientos y se le dio al poblado el nombre de Santa Fe, en recuerdo de Santa Fe de Granada.
Bibliografía
- Aguado, Pedro (1568). Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada. Establecimiento tipográfico de Jaime Ratés.
- Fernández de Piedrahíta, Lucas (1688). Historia de las conquistas del Nuevo Reino de Granada. Imprenta de Juan Bautista Verdussen.
- Arciniegas, Germán (1969). El caballero de El Dorado, Revista de Occidente, Pellegrini e hijos.
- Friede, Juan (1979). El adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, Carlos Valencia editores.
- Victoria, Pablo (2017). El tercer conquistador: Gonzalo Jiménez de Quesada y la conquista del Nuevo Reyno de Granada, ISBN-13: 978-8497391702