Introducción
A continuación deseo narrar lo que conocí
de manera directa acerca de la exploración y explotación de minas de carbón en
la empresa “Carboneras San Rafael”, en la vereda de San Vicente, municipio de
Suesca, Cundinamarca. Esto lo presencié acompañando a mi padre (Rafael Agapito
Palacios Sánchez, q.e.p.d), cuando yo era un niño de 6 a 12 años (1954-1960), y
un joven de 13 a 16 años (1961-1964), durante las vacaciones del colegio.
Mi padre se inició en la minería
colaborando con su cuñado Abelardo Cortés Guáqueta, con quien tenían en
sociedad las “Minas de Carbón ABC” de su propiedad, y las “Minas de Carbón San
Rafael” de propiedad de mis padres; asistía a la mina normalmente todos los
días de lunes a sábado, desde tempranas horas de la mañana. Allí entraba en
contacto con los obreros y los empleados de la mina, tanto dentro de los
socavones como fuera de ellos; recibía el reporte del estado de los trabajos de
parte del capataz, revisaba las cuentas con los conductores, entraba a la mina
a dirigir y supervisor los trabajos, o a tomar medidas para calcular los pagos
a los empleados; arreglaba los “cabrestantes” cuando se dañaban; hacía mecánica
en los camiones cuando fallaban o se varaban; y coordinaba las obras de
albañilería que se estuviesen llevando a cabo.
Algunos trabajadores que laboraban dentro
de la mina, madrugaban a eso de las 2 o
3 de la mañana, pues, así les rendía más el trabajo y podían dedicar más tiempo
al cuidado de sus hogares o de sus parcelas. Cuando nosotros llegábamos a la
mina hacia las 7 de la mañana, luego de un viaje de casi tres horas desde
Bogotá, ellos ya salían del trabajo con su ropa sucia y la cara tiznada. El
principal distintivo de su calidad de mineros era su lámpara de carburo, que llevaban
normalmente prendida al sombrero, o al casco si lo tenían. En esa época no se
usaban linternas, ni tampoco bombillas eléctricas para alumbrar las minas.
Técnicas:
Como lo decía un informe del Censo Minero del Carbón (1), “En general
todos los mineros tienen un conocimiento empírico de la forma como organizar
una explotación minera a nivel de pequeña minería, labor que desempeña
invariablemente bajo la técnica adquirida por tradición familiar, siendo reacios
a admitir cualquier variación a la misma dado que su técnica la consideran
optima”.
La principal máquina que se usaba en ese
entonces, eran motores de carros viejos o estrellados, que se instalaban de
manera fija, y la única parte que tenía movimiento eran las ruedas traseras, a
las cuales se les envolvía (sobre los rines) un cable de acero, el cual jalaba
unos carros o vagones metálicos o de madera, que tenían ruedas de acero y se
movían sobre rieles parecidos a los del ferrocarril, pero más delgados y
livianos. A estas máquinas se les llamaba “cabrestantes” (o cable-estantes,
seguramente por la función que cumplían de jalar el cable de acero, pero
estaban estáticos, pues se aseguraban al piso con troncos de madera, para que
no se movieran, salvo sus ruedas traseras que estaban levantadas y así no había
movimiento). Estos motores operaban con gasolina corriente, la cual se
transportaba y almacenaba en canecas.
En algunas minas con escasos recursos técnicos,
se utilizaban yuntas de bueyes para jalar el cable de acero, el cual arrastraba
el carro con el carbón, la laja, o la tierra que se extraía del subsuelo a
medida que avanzaba la exploración subterránea. En ocasiones se extraía agua de
las minas, cuando los mineros encontraban pozos subterráneos que no les permitían
trabajar en las vetas de carbón; en estos casos se usaban canecas metálicas, en
lugar de carros, para extraer el agua. Obviamente la operación de extracción de
la tierra, laja o carbón era más lenta cuando se usaban bueyes en lugar de motores
de gasolina, y quien guiaba a los bueyes era normalmente un muchacho sin mayor
educación, mientras que en el caso del operador del motor (“motorista”) debía
tener un mínimo de conocimientos técnicos sobre los motores de combustión y el
manejo del “clutch”, el acelerador y el freno, aunque no requerían tener pase
de conducción.
En cuanto a las lámparas de carburo que
utilizaban los trabajadores para alumbrar el camino cuando entraban a la mina,
es de señalar que el carburo se les suministraba por el empresario, quien lo
adquiría por canecas. Las lámparas eran fáciles de cargar y de operar, dándoles
buena visibilidad a los trabajadores; tan solo requerían llenarles un
compartimiento interno con agua, la cual al entrar en contacto con el carburo
generaba el gas que permitía activar la llama al operar el encendedor de la
boca de la lámpara. Antiguamente, la lámpara de carburo debía comprarla el
trabajador, aunque un tiempo después se acostumbró que el patrono se la
suministraba al empleado durante su permanencia en la empresa. Estas lámparas
se preferían por razones de seguridad, ya que se apagaban al encontrar gas
metano que era perjudicial para la salud, de tal manera que le avisaban al
trabajador para que no entrara en esas zonas de peligro.
Otro elemento tecnológico muy importante
para explotar las minas de carbón, era la dinamita, la cual era provista por el
empresario, quien la adquiría a través de la industria militar, siguiendo unos
procedimientos y unos controles muy estrictos. La industria militar en una
época estaba ubicada en el Cantón Norte en Bogotá, pero posteriormente fue
trasladada al barrio Meissen, en las afueras de la ciudad cerca a Soacha. Al
comprar la dinamita, el empresario se hacía responsable por su adecuado uso, y la
suministraba al trabajador que la necesitara según la función que realizaba.
Por ejemplo, la usaban los picadores cuando tenían que buscar la veta, o
“desmanchonar”, o cuando el carbón era muy duro y resultaba improductivo
extraerlo solo con pica. Los tacos de dinamita eran barras gelatinosas encapsuladas
en papel parafinado, que se le entregaban contados junto con los fulminantes y
la mecha correspondiente, al trabajador quien debía firmar o poner su huella
dactilar sobre unos libros o formatos que reposaban en los archivos de la
empresa para cualquier auditoría o investigación posterior que fuese necesaria.
Administración:
En cuanto a la forma como estaba
organizado el trabajo y las funciones que desempeñaban los trabajadores en la
mina de carbón, eran las siguientes:
- Picador: quien accionaba una pica para abrir hueco en la roca o en la tierra
- Carretillero: quien operaba una carretilla para transportar carbón cerca
- Llenador: quien con una pala o un trinche llenaba el carro, vagón o caneca
- Motorista: quien operaba el motor para sacar los carros o canecas cargados
- Bueyero: quien guiaba a una yunta de bueyes para jalar los carros o vagones
- Patiero: quien descargaba los carros o canecas, y amontonaba el carbón
- Herrero: quien afilaba las picas, usando brasas de carbón, un martillo y un yunque
- Chofer: quien manejaba el camión del empresario o de quien compraba el carbón
- Capataz: quien supervisaba y dirigía a los trabajadores de la mina.
Los pagos se realizaban en efectivo
semanalmente, con base en las cuentas elaboradas por mi padre, en consulta con
el capataz, para efectos de calcular los metros de avance, o los carros picados
o carretillados, números que debían cuadrar con el número de viajes (camionados
llenos, normalmente de 5 o 7 toneladas), bien fuera de cisco (gránulos pequeños
de carbón), o de carbón propiamente dicho (bloques de diferente tamaño de
mineral sólido). Algunos empleados trabajaban a jornal, y el único cálculo que
se les hacía para el pago de su semana era el del dominical si habían trabajado
la semana completa (6 días, de lunes a sábado); los otros ganaban según su
producción (metros de bancada, carros o carretillas llenadas y transportadas,
etc.).
Mi papá diariamente llevaba sus cuentas,
las cuales él constataba y verificaba, bien fuera midiendo, o contrastando con
los reportes del capataz o del empleado mismo. Para el día sábado mi padre ya
tenía todas las cuentas consistentes, en un libro de pagos en el cual el
trabajador firmaba si estaba de acuerdo con los cálculos y el dinero efectivo
que se le entregaba. Los trabajadores siempre se consideraron bien remunerados,
pues mi padre antes que quitarles un centavo, por el contrario les daba algo
más, razón por la cual los trabajadores no vieron la necesidad de conformar un
sindicato para la defensa de sus derechos laborales; estos derechos les fueron
respetados y remunerados. Es de admirar el orden y la habilidad matemática que
tenía mi padre, pues no se equivocaba en las cuentas, liquidaciones y pagos que
hacía, y llevaba personalmente toda la contabilidad de la empresa.
Por otro lado, mi padre recibía
personalmente los pagos de los viajes de carbón que se vendían en el patio, o
del chofer que conducía el camión cuando éste era de propiedad de la empresa.
Por lo tanto, contabilizaba los ingresos y las ventas de carbón que se hacían a
los depósitos, los cuales repartían el carbón a domicilio en zorras, en la
época en que aún se cocinaba con carbón mineral, o también se llevaban viajes
de cisco a empresas industriales que lo consumían, como por ejemplo la Planta
de Soda en Zipaquirá, o la Termoeléctrica en Tocancipá.
Una parte importante que debía tenerse en
cuenta en la administración de las minas, era la parte del trabajo que no era productivo,
ya que cuando se acababan las vetas (fallo), u ocurrían derrumbes o
inundaciones, o se iniciaban trabajos exploratorios buscando la veta, lo que se
sacaba de las minas no se vendía, pero si ocasionaba grandes costos en salarios
de picadores, carretilleros, motoristas, patieros, más el gasto de madera,
combustible, dinamita, etc. Además, siempre era necesario ir abriendo caminos a
medida que avanzaba la exploración, para permitir el flujo de personas y
materiales, y a la vez reforzarlos con madera para evitar derrumbes y riesgos a
los trabajadores. En esto mi padre siempre fué meticuloso en asegurar que los
refuerzos fueran hechos correctamente, para que fueran efectivos en la
prevención de accidents.
Operaciones:
En el patio de la mina generalmente había
en existencia un cúmulo de troncos de madera, normalmente de eucalipto por ser
más resistente, de unos cinco metros de largo. Los patieros se armaban de un
trocero (serrucho grande) y una zuela, con los cuales cortaban las palancas o
parales de unos dos metros de largo, y preparaban las cabeceras necesarias para
reforzar el techo y evitar que se desplomara en la medida en que se iba
extrayendo el carbón de la veta. Cerca del patio había también una herrería,
dotada de una hornilla con fuelle, un yunque y un martillo, herramientas con
las cuales el herrero afilaba las picas para extraer el carbón.
El motorista estaba pendiente cuando
alguien dentro de la mina le activaba un timbre jalando una cuerda o alambre,
momento en el cual prendía el motor y sacaba el carrito cargado con carbón (o
laja, o tierra, según el caso). Una vez afuera el carrito, el patiero lo
transportaba sobre rieles al area de carga de los camiones, donde lo volteaban,
descargaban y amontonaban su contenido el carbón según el tipo de carga (carbón
o cisco), mientras se vendía. Cada carro contenía aproximadamente media
tonelada de material.
El trabajo más duro era realizado por el
picador, quien trabajaba desde sentado dentro del socavón, que en ocasiones tan
solo tenía 80 centímetros de altura (el grosor de la veta), por lo general en
la veta cuarta, aunque en vetas más superficiales como la primera, la segunda o
la tercera, el grosor de la veta era de 100 o 120 centímetros), lo cual
permitía mayor producción, pues el picador trabajaba más cómodo y el carbón era
más blando, pero también eran más frecuentes los derrumbes, pues el techo no
era de roca sólida. El carbón de la veta cuarta era el mejor y el preferido,
por el poder calórico que tenía, y lo brillante del mineral, pero era el más
costoso producir porque estaba más profundo y era más duro para picar.
La longitud de los túneles era de
aproximadamente 100 metros cuando llegaban a la veta primera, y 150 metros
cuando llegaban a la cuarta, con una inclinación aproximada de 45 grados. Las
verticales tenían una profundidad de 80 metros aproximadamente. Una vez
extraído el carbón era necesario “desmanchonar”, que quiere decir que había que
abrir caminos de dos metros de alto por dos de ancho, para el paso de las
personas, los carritos, y en ocasiones los bueyes.
Para la apertura de caminos muchas veces
era necesario el uso de la dinamita, para lo cual era necesario tomar muchas
precauciones, pues nadie debía estar cerca. Se avisaba a los trabajadores que
estaban cerca, y se impedía el paso al sitio de la explosión, pues podían
ocurrir derrumbes inesperados, o caída de piedras. El picador abría
cuidadosamente un hueco profundo dentro de la roca con una varilla de hierro,
por el cual pasaba tan solo el taco de dinamita, al cual se le insertaba el
fulminante que iba conectado con la mecha de uno o dos metros de largo, la cual
al prenderse con la lámpara de carburo transmitía la chispa que activaba el
fulminante, y éste a la dinamita, en unos 5 a 10 minutos, tiempo suficiente
para que el trabajador se alejara lo suficiente cuando se producía la
explosión.
El alumbrado en el 93% de las minas se
realizaba con lámparas de carburo. En las minas grandes el alumbrado era con
bombillas eléctricas. La ventilación se efectuaba mediante verticales o
socabones. Pocos mineros disponían de cascos o botas, principalmente por la
incomodidad que les creaba.
Conclusiones:
Una primera conclusión que podría sacar
de este relato, es que los yacimientos de carbón en las veredas de Cacicazgo y
San Vicente fueron muy ricos, ya que no obstante haber sido explotados por
más de 70 años todavía existen remanentes, los cuales no son
económicamente viables para explotar actualmente, debido principalmente a la mucha oferta (por
ejemplo la de El Cerrejón) y la poca demanda local al no haber consumo
domiciliario, ya que se utilizan otras fuentes de energía distintas al carbón que
hacen que el precio comercial sería muy bajo, comparado con el
altísimo costo que tendría su explotación en cuanto a mano de obra e inversion
en tecnología.
De otra parte, actualmente no habría gente dispuesta a
trabajar en los socavones en la forma tradicional o artesanal como se realizaba
antes la explotación del carbón, ni a aportar el gran esfuerzo y sacrificio que
impone la actividad minera. La única manera en que se podría tener mano de obra
para la actividad minera es si la explotación se hiciese en forma tecnificada,
para lo cual se requerirían costosas inversiones en máquinas y herramientas, y
en capacitación y entrenamiento de la fuerza laboral. Se necesitaría formar una
nueva generación tecnificada de mineros del carbón.
La inversión en tecnología y en
exploración solo sería viable si se contara con un contrato que asegurara la
compra del carbón a un precio suficientemente amplio para costear las máquinas
y herramientas, y por otro lado se necesitaría adelantar estudios e investigación
que confirmaran la disponibilidad de yacimientos en la cantidad demandada y en
el tiempo requerido. De todas maneras es de tener en cuenta que como fuente
energética se está desincentivando el uso de los derivados del carbón y el
petroleo, y más bién se están promoviendo otras fuentes alternativas de
energía.
Es muy claro que los yacimientos de los
que se está hablando no permiten pensar en una explotación a cielo abierto,
como se hace actualmente en El Cerrejón, ya que en Suesca están muy profundos (mas
de 80 metros) y las vetas no son tan grandes, salvo el caso excepcional de las
minas de “El Chiripazo” sobre la carretera de entrada a Suesca desde Sesquilé,
donde Hipólito Cortés (otro tío) encontró una veta de dos metros de alto en un
túnel que tan solo tenía 14 metros de profundidad. Sería más viable pensar en
algún uso alternativo o especializado del carbón que se extraiga de tales
yacimientos, como por ejemplo en la industria química o farmaceútica, o en
otras industrias como la metalúrgica, para lo cual habría que hacer
investigación y estudios que alguien debe costear.
Referencias
(1): Censo
Minero del Carbón, William Balbín A., División de Minas – Fomento Minero,
Ministerio de Minas y Energía, Junio de 1975.
(2): Un
Relato de las Minas de Suesca, Rafael Palacios Cortés, blog Suesca Linda,
post de Abril 6 de 2011.
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