Sobre
el origen de la raza humana, la civilización Muisca tenía un mito que fue narrado originalmente por Fray Pedro Simón diciendo que una vez
creadas todas las cosas, apareció saliendo de la laguna de Iguaque una mujer
llamada Bachué, quien llevaba de la mano a un niño de unos tres años, e
hicieron una casa donde vivieron hasta cuando el muchacho tuvo edad para
casarse con ella. La mujer fue tan prolífera que de cada parto paría cuatro o
seis hijos con que vino a llenar toda la tierra de gente. Después de muchos
años estando la tierra llena de hombres y los dos ya muy viejos, se volvieron
al mismo pueblo, y convirtiendose ella y su marido en dos grandes culebras, se
metieron por las aguas de la laguna, y nunca más aparecieron (1).
Otro
de los mitos más conocidos y fascinantes que crearon los Muiscas es el
relacionado con Bochica, un maestro civilizador que les enseñó muchas cosas
prácticas que les ayudaron en su forma de vida. Por ejemplo, les enseñó a hilar el
algodón y a tejer mantas, reemplazando así el vestido usado desde los tiempos
de Bachué; pero también Bochica les inculcó principios morales que eran afines
con los preceptos que les enseñaban los predicadores que venían con los
conquistadores. Al respecto dice el autor del libro Los Muiscas (1) que Bochica “recorrió los dominios de Fómeque, Quetame, Fosca, Ubaque, Chipaque, Cáqueza, Zipacón, Bosa y Soacha predicando sus doctrinas de veneración a Dios y amor a los hombres; y les habló de la vida del espíritu más allá de la muerte.”
Existe otro mito Muisca que tiene que ver con la inundación de la sabana de
Bogotá, que de alguna manera se asemeja al diluvio universal del que trata la
biblia. En este caso, el castigo provino de un dios llamado
Chibchacum, quien trajo los ríos de Sopó y Tibitó y les anegó las tierras a los muiscas.
Entonces ellos acudieron al dios Bochica mediante una ofrenda generosa en
su templo, y "él con una vara de oro en
la mano la arrojó hacia el Tequendama, y abrió aquellas peñas por donde ahora pasa
el río" Bogotá.
Otro
mito relacionado con el del salto del Tequendama, es narrado por el cronista Pedro
Simón diciendo que Bochica castigó a Chibchacum por la inundación que provocó
en la sabana de Bogotá, “obligándolo a llevar para siempre el mundo sobre sus
hombros”. Por esto los indios creían que “cuando temblaba la tierra era porque
Chibchacum la cambiaba de hombro” (2)
En
la siguiente ilustración tomada del extraordinario mural pintado sobre madera
por el maestro Luis Alberto Acuña que decora bellamente la recepción del hotel
Tequendama en Bogotá, aparecen tres de los dioses mencionados: en el centro aparece
Bochica o Nemqueteba, gran legislador, maestro de artes y oficios y gran
civilizador; a la izquierda aparece Chibchacum, dios de las lluvias que
traicionó a su pueblo, por lo cual fue condenado a soportar el peso del
universo encima de sus hombros; y a la derecha aparece Chaquén, dios guerrero y
protector.
Dice
el mismo autor que Bochica “durante años recorrió el territorio buscando los
sitios adecuados para su práctica enseñanza; escogiendo tierras para alfarería
llegó a Gachaneca, Gachancipá, Gachalá, Ráquira, Tinjacá, Tutsá, Gachantivá,
Betéitiva, y Morka, donde sus propias manos enseñaron a caciques y principales
señores la modelación de la arcilla, apareciendo la industria de las gachas
(ollas) tan útiles en la vida indígena para la cocción de los alimentos y la
fermentación de chicha; los chorotes que no solamente servían para transporte
de agua, sino como cofre de las riquezas familiares, y la insustituíble múcura
que con su estrecho cuello sabía retener la fácora (bebida) hasta en los
sepulcros, para suavizar los rigores del largo camino del más allá de la
muerte” (2).
Fray
Pedro Simón narra otro mito Muisca acerca del más allá, diciendo que “los
muiscas creían que después de la muerte la persona tenía que viajar a un mundo
igual a éste, con bohíos y sementeras y trabajo por hacer, pero sin
enfermedades ni sufrimientos. Para llegar a ese otro mundo tenían que atravesar
un río en barcas construídas con telas de araña; de ahí que miraran a estos
animalitos como sagrados y tenían la prohibición de hacerles daño. Después de
atravesar ese río, la persona tenía que andar por caminos de arcilla durante
varios días y por eso era necesario que la enterraran con sus viandas que
consistían ante todo en una vasija de barro llena de chicha y en otros
alimentos como arepas y bollos de maiz.
En
la mitología muisca no se habla de castigo eterno, sino de un tranquilo edén en
donde seguirían viviendo para siempre una vida normal y pacífica, con lo cual
revelan una mentalidad en armonía con la naturaleza y un pensamientomque
valoraba lo recto. Llegó a tal punto esta afinidad de principios, que el propio
Fray Pedro Simón, tal vez el cronista más conocido y respetado de la conquista
española, llegó a sugerir que el llamado Bochica “pudo haber sido un Apóstol de
Cristo que vino a América a predicar su doctrina” (2).
(1) Los Muiscas – Su vida, tradiciones y
leyendas, Julio Roberto Galindo, Opciones Gráficas Editores Ltda., 2011.
(2)
Los
Muiscas – Verdes labranzas, tunjos de oro, subyugación y olvido, Mercedes
Medina de Pacheco, Academia Boyacense de Historia, Buhos Editores, 2006.
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