Saturday, March 6, 2021

Saucío, vereda legendaria - Segunda Parte

Como continuación del post sobre la vereda de Saucío, en Chocontá (Cundinamarca), publicado en este blog el pasado 20 de febrero, presentamos un relato de importantes acontecimientos ocurridos en esta legendaria vereda antes y después de la conquista española, basándonos principalmente en la tesis doctoral presentada por el sociólogo Orlando Fals-Borda (q.e.p.d.) en la Universidad de La Florida en 1955, en la cual se analizan dichos acontecimientos históricos desde un punto de vista sociológico.


1.     Período indígena 


Hace ya más de 500 años, los indígenas que habitaban la zona que actualmente denominamos Saucío,  vivían de la agricultura y estaban un tanto esparcidos en esa zona; se les denominaba los chocontáes.  A su jefe le llamaban uzaque, y tenía su fortaleza en las colinas de Puebloviejo, unos dos kilómetros al noroeste de Saucío, y estaba a cargo de la defensa de su señor al que denominaban Zipa de Muequetá; lo defendía de los súbditos del Zaque de Hunza

 

El uzaque de Chocontá (término chibcha que significaba “campo plantado del buen aliado”), también gobernaba sobre los indios agricultores que estaban establecidos en las planicies cercanas, denominadas Tablón, Centro y Veracruz y otras áreas que no tenían nombre en esa época. Esa zona era importante por estar entre dos “reinos” muiscas; de hecho, los indígenas se dieron cuenta de la necesidad de construir una vía para facilitar el tránsito de procesiones religiosas en tiempos de paz, e intentaron hacerlo pues los conquistadores encontraron vestigios de una carretera hecha con piedras, que pasaba por Saucío e iba entre la fortaleza de Saucío y la sede del zipazgo de Muequetá (hoy en día Bogotá).

 

De la información más antigua que se ha podido recolectar acerca de Saucío, viene de los años 1490 cuando el Zipa Saguanmachica[1] viajaba con su ejército por esta vía hacia el norte, para enfrentarse a su enemigo Michua, el zaque o cacique de Hunza (hoy Tunja). Un día Michua vio una posición ventajosa frente a los hombres de Saguanmachica que iban hacia el sur, y con el sonido de conchas de caracol convocó a sus guerreros a atacar al bando contrario. Estudios sobre ese terreno encontraron que el lugar donde debió ocurrir el encuentro de los dos bandos debió ser en un punto intermedio entre Veracruz y Saucío. Ambos jefes supremos cayeron en la batalla, y las piedras del camino quedaron bañadas con sangre de los valientes guerreros que iban coronados con flores y hojas en la cabeza. Sin haberse deifinido un ganador de la battalla, los dos ejércitos se retiraron a enterrar a sus muertos y a complacerse con ceremonias que terminaban en borracheras.

 

Después de que Nemequene amasó poder y prestigio considerable, al conquistar las provincias de Guatavita, Ubaque, Simijaca, Susa, Ubaté y algunas otras que estaban alrededor de sus dominios originales, se sintió preparado y fuerte para atacar a las tribus del norte. Quemenchatocha se levantó para defender sus dominios y los ejércitos volvieron a enfrentarse en el punto denominado Las Vueltas, tres kilómetros al norte de Saucío. El destino del imperio chibcha estaba en juego en la segunda batalla. La victoria para Nemequene habría significado la consolidación de todos los pueblos que ocupaban la meseta, en un solo cuerpo o tribu bajo su mando; pero el destino estaba en contra del ambicioso cacique. Mientras tanto, algunos de sus súbditos de confianza lo llevaban en su litera cubierta de plumas, de un lado a otro de la batalla, para animar a sus tropas.

 


Nemequene (que en lenguaje chibcha significa “hueso de oso”) fue herido de muerte por una flecha; sus soldados se pusieron nerviosos cuando vieron a su cacique que se retiraba apresuradamente del campo de batalla de regreso a Muequetá. Alerta Quemenchatocha persiguió implacablemente a sus enemigos hasta que los soldados del zipa encontraron algún refugio en la fortaleza de Puebloviejo. Quemenchatocha continuó reinando en Hunza mientras Tisquesuza sucedió a su tío en Muequetá.

 

Una tregua de quince años hizo posible que esta área de Saucío perdiera parte de su importancia militar y recuperara otras funciones que habían sido descuidadas a causa de la belicosidad. El camino o vía a la que hicimos referencia anteriormente, no solo condujo a los chibchas a la batalla, sino que también canalizó a las masas indígenas hacia el lago sagrado y la población de Guatavita, donde los enemigos tradicionales olvidaron sus disputas y participaron en ritos impresionantes. Guatavita, así como Suamoz al norte, era un crisol del imperio muisca donde todos los indios chibchas estaban unidos en un solo cuerpo religioso. El valle de Saucío presenciaba una o dos veces al año el paso de peregrinos que venían desde lugares apartados del norte del imperio chibcha, e iban a ver al “Hombre Dorado” mientras adoraba, en pomposa ceremonia, a la deidad del agua (la laguna) donde yacía una cacica infiel. Los muiscas tenían una leyenda acerca de la esposa de un cacique que había sido infiel y fue castigada presenciando cómo a su amante le perforaron la cabeza con un instrumento afilado, y su cabeza fue empalada en una pica y exhibida a la vista de todos; la cacica mató a su hijo y luego se suicidó, pero su espíritu habitaba en la laguna en la forma de una culebra.

 

La vereda de Saucío tuvo el privilegio de ser a la vez un puesto de avanzada del zipa, un destacado campo de batalla, y también un lugar de parada o descanso, tanto para peregrinos como para comerciantes. De esta manera los antepasados ​​de los Saucitas, viviendo en el corazón del imperio Chibcha, fueron testigos del desarrollo del estilo de vida indígena en todo su esplendor. De otra parte, las cosechas le habían dado a esta área una identidad, una importancia tribal y una historia gloriosa; pero también esta zona de Saucío presenció la arrasadora ocupación hispana que ocurrió trágica e inesperadamente a comienzos de 1537.

 

Además, por Saucío pasaba el camino o vía de la cual hemos estado hablando, que era a la vez la médula espinal de las ceremonias religiosas que se realizaban en las llanuras cercanas. También había un camino de piedras pulidas que conducía desde el recinto donde habitaba el zaque hasta un cerro estratégicamente ubicado en la vereda, llamado Arrayanes, donde se habían labrado algunas rocas que servían de lugares de sacrificio o inmolación. Tanto la época de la siembra, como el tiempo de la cosecha, eran ocasiones para realizar procesiones majestuosas y festividades presididas por sacerdotes llamados xeques.

 


2.     Período de la Conquista

 

Los primeros rumores acerca de la llegada de los españoles al territorio de los muiscas hablaban de unos seres extraños que eran capaces de correr más rápido que los mejores atletas locales; esos seres hablaban lenguas extrañas, tenían barba y piel blanca. Los indígenas adoptaron la creencia de que los recién llegados eran "hijos del sol" (suagagua). Cuando los suagagua llegaron a Suesca, unos 30 kilómetros al sur de Saucío, las delegaciones indígenas de los alrededores les trajeron todo tipo de ofrendas.

 

Pero esta admiración inicial por los españoles duró poco. Tisquesuza había recuperado con éxito a sus súbditos después del primer momento de estupor que tuvieron, y les había inyectado el sentido de resistencia. Como consecuencia, se habían librado dos batallas, una en los grandes bodegas de Cajicá, y  otra en la misma Muequetá, en las cuales el palacio y el templo reales habían sido quemados y los ídolos habían sido derribados. En su lugar, los españoles colocaron dos palos cruzados, señal que usaban los chibchas para identificar las tumbas de los mordidos por serpientes.

 


Al observar la codicia de los conquistadores por el oro y las piedras preciosas, el Zipa Tisquesuza le informó hábilmente a Quesada sobre la existencia de una mina de esmeraldas en Somondoco, ubicada a unos 48 kilómetros al este de Saucío; el Zipa le indicó que siguiera el camino hasta Chocontá, y que allí su uzaque “lo llevaría al sitio". Los españoles se apresuraron a ir hacia el norte, llegando a la región señalada el día de Pentecostés, a principios de junio de 1537. Pero ese camino había puesto al descubierto a los “semidioses” españoles, ya que tanto los hombres como los caballos de Quesada fueron despojados de su divinidad. Los chocontáes, que ya no adoraron más a los barbudos, fueron lo suficientemente valientes como para protagonizar uno de los episodios más insólitos de la conquista. Sucedió que una noche las sirvientas de los españoles le agregaron a la comida que les prepararon, una hoja que se llama tectec, ahora llamada “borrachero” por los saucitas. Las mujeres huyeron, y luego de que los efectos de la tectec fueron neutralizados, los conquistadores enfurecidos buscaron venganza robando a la gente local sus pertenencias.

 

Los cambios llegaron rápido y los chocontáes, a pesar de su aparente tenacidad cultural, sintieron la necesidad de detenerse para admirar lo nuevo. ¿Cómo consiguieron los españoles tantas esmeraldas en tan poco tiempo? Los indios miraban con curiosidad como los españoles obtuvieron buenos resultados con los azadones que usaban para extraer la dura calcitea, incluso cuando no llovió. Los chocontáes adoptaron con entusiasmo herramientas útiles, como el azadón de hierro, cultivos como el ajo , y las técnicas para el curtido de pieles. Pero la vereda no se convirtió en un verdadero camino real, hasta cuando llegó el primer vehículo con ruedas que se abrió paso con un chirrido hacia las llanuras. Este hecho hizo época cuando llegó, pues con la rueda vino el arado; con el arado, los bueyes y otros bovinos, ovinos y porcinos.

 


El camino real también trajo un nuevo sistema sociopolítico. Con los zipas y zaques desaparecidos, los chocontáes cayeron bajo la tutela directa de su uzaque, ahora llamado por los españoles con la palabra haitiana cacique, quien a su vez rindió homenaje a los miembros de la raza conquistadora. Apenas se formó un nuevo gobierno en los viejos jardines del zipa en Teusaquillo (que había sido bautizado como Santa Fe de Bogotá el 8 de agosto de 1538), cuando el primer encomendero tomó el camino hacia los llanos de Saucío y Chocontá; se llamaba Cristóbal Ruiz, el mismo soldado que había sido la primera y más grave víctima del tectec.

 

Alonso Luis de Lugo, el gobernador del Nuevo Reino de Granada (el territorio central de la actual Colombia), quien reemplazó a Gonzalo Suárez Rendón en 1542, envió a Cristóbal Ruiz a la costa como Superintendente de la Real Hacienda. A su regreso a Santa Fe dos años después, Ruiz encontró que uno de sus compañeros de armas, don Andrés Vásquez de Molina, había recibido la encomienda de Chocontá. Molina había viajado por el camino real a Chocontá, quizás para demostrar, según la ley, la propiedad de cinco años como residente de la tierra que también le fue otorgada durante el mismo período. Además, Molina había elegido para él una concubina india. La mayoría de las mujeres indias no eran tan antagónicas con los españoles como las que habían servido tectec en Puebloviejo. El matrimonio y la unión entre ambas comunidades se hicieron prominentes cuando una parte de la comunidad india se convirtió en una aldea colonial.

 

3.     Período Colonial

 

Un nuevo pueblo, que tomó el nombre de Chocontá en honor al cacique tradicional, se estableció en el lado este del río donde aún se encuentra. Chocontá con su nueva iglesia, casa del cabildo o cabildo indio, y su plaza fue diseñada para ser una reducción de indios, es decir, un pueblo que ocupaban exclusivamente los chocontáes de los alrededores. Estaba prohibido que los encomenderos y los españoles en general vivieran con estos indígenas en el nuevo asentamiento, pero ellos encontraron muchas formas de eludir la ley. Así  como Molina lo hizo, los encomenderos que lo sucedieron aparentemente cumplían formalmente las reglas, pero las rompán cuando les era conveniente. Desde Gabriel de Limpias Feijóo en 1583 hasta Don Luis Londoño en 1776, los encomenderos de Chocontá presidieron y fueron partícipes activos de una mezcla racial de blanco e indio.

 

No obstante, los encomenderos de Choncotá continuaron cumpliendo con su obligación en cuanto al bienestar espiritual de sus indígenas. Vásquez de Molina patrocinó la llegada de los primeros sacerdotes de los chocontáes, Fray Antonio de Miranda y Fray Pedro del Olmo, ambos dominicos. Y también se sabe que Fray Pedro de Aguado, el primer cronista del Nuevo Imperio, fue ministróo de los indios de Molina en algún momento durante la década de 1560. Los dominicos, sin embargo, recibieron al nuevo pueblo como una de sus misiones oficiales en territorio chibcha, y fueron los supervisores espirituales de Chocontá hasta tiempos muy recientes. Hicieron todo lo posible por aplicar las numerosas directivas reales que pedían la concentración de nativos en reducciones con fines de formación religiosa y civil. Al parecer, Chocontá creció a medida que pasaba el tiempo, y después de que se utilizaran métodos persuasivos para obligar a los chocontáes a trasladarse del campo a la nueva ciudad.

 

Pero a pesar de las órdenes de las autoridades religiosas y civiles, parecía que no todos los chocontáes llegaron a vivir en la reducción. Muchos nativos permanecieron esparcidos por la tierra que habían cultivado tradicionalmente, aunque a menudo se trasladaban a la nueva ciudad para la formación esencial en el cristianismo. Fue por esta resistencia que se empezaron a formar algunas agrupaciones de localidades en la zona de Chocontá. La vereda de Saucío parece haberse formado por algunos de esos chocontáes que se negaron a trasladarse al nuevo pueblo y lograron quedarse en el llano. Quizás fue durante esta primera etapa colonial cuando estos llanos fueron bautizados como "Saucío" por los españoles. Se desarrolló entonces un caserío junto a la carretera para este resguardo indígena de Saucío. Algunos documentos del siglo dieciocho se referían a Saucío como un pueblo y explicaban que allí periódicamente se recaudaban diezmos de los indios. Aparentemente se trataba del mismo caserío que aún permanece en medio de la llanura del Saucío, donde confluyen los senderos principales y la Carretera Central, y donde actualmente se ubican dos tiendas y una escuela. 

 

Así, los indígenas de Saucío parecen haber estado en posesión de la tierra de estas llanuras durante todo el período colonial. Mientras los elementos humanos se acomodaban a las nuevas condiciones, el camino real se convirtió en un instrumento de dominación por parte de los señores españoles. La vereda ya no era el sitio de la derrota militar, ni el lugar religioso y comercial que unía a los muiscas en una sola nación. Es cierto que el camino facilitó esos contactos a partir de los cuales las dos culturas, la europea y la india, crecieron juntas y se desarrollaron en una nueva forma mestiza.

 

El camino condujo a los indios de Saucío a los mercados de Chocontá donde rápidamente aprendieron español; los condujo hacia las haciendas cercanas, donde los indígenas aprendieron nuevas formas de cultivo y trabajaron para pagar sus deudas; el camino condujo a los indios a las iglesias de adoctrinamiento, que tocan campanas para atraerlos a que adoptaron el cristianismo; el camino les indicaba el camino hacia la casa de los corregidores (supervisores de asuntos indígenas) y tribunales donde debían depositarse los tributos. El camino real tuvo usos muy concretos, todos relacionados con lo local y lo inmediato. 

 

La comunidad no podía ser abandonada, salvo en casos de expediciones militares, por mitas (trabajos forzados), o por el servicio personal de un español viajero. Los Chocontáes que se quedaron y aguantaron fueron por regla general sometidos bajo el nuevo yugo, ya que no pudieron huir de los españoles hacia los páramos del norte o del este; los que pudieron permanecer en las laderas mientras sus hermanos más valientes se instalaban cerca dal abismo de la montaña Choque. Los Chocontáes fueron quienes, por algún tipo de determinismo psicológico, se aferraron al camino local por lo que éste representaba: un pasado glorioso, un presente esperanzador, y tal vez un futuro enigmático.

 

Pero, ¿por qué querrían los indios salir del valle del Saucío, si no se ejercía sobre ellos, como antes, la influencia de otras regiones? Zorocotá y Turmequé no celebraron más mercados tribales; se habían quemado los panteones de Suamoz y Guatavita; Hunzáes y Muequetáes habían fraternizado bajo la férula de un Padre Blanco. Solo fue hasta la década de 1590 cuando se desarrolló el culto a Nuestra Señora de Chiquinquirá que se comenzó a romper las barreras locales y a atraer a los peregrinos, aquellos que antes estaban acostumbrados a ir a Guatavita, de todas partes del territorio muisca. 

 

Los chocontáes que permanecieron en las llanuras del Saucío no tuvieron más remedio que estar atados a las parcelas de tierra que los Armendaris reconocieron como suyos; alejarse de la tierra o perderla era casi el equivalente a una sentencia de muerte. Aquellos indígenas que intentaron liberarse del camino y de lo que simbolizaba y que finalmente huyeron de Saucío, o los infelices que fueron desplazados por los blancos, fueron marginados que tuvieron que asentarse en tierras marginales y aisladas. Por lo general, esas tierras se encontraban a mayor altitud, donde el suelo no era rico, o donde el clima era un obstáculo para el crecimiento de las plantas.

 

Incluso aquellos que eligieron permanecer en la tierra de sus antepasados, aunque físicamente esclavizados, parecían ser espiritualmente altivos; no fue fácil erradicar a los dioses paganos, por ejemplo. Muchos valores religiosos se trasladaron del culto a Bochica, al cristianismo. Los niños moja ya no se llevaban en el suna como regalos al sol, sino que se llevaban objetos sagrados de los indios, con la misma devoción que la imagen de San Isidoro.

 

4.     Rebelión de los Comuneros

 

En 1781 un “volcán” cobró vida y la gente del campo hizo erupción debido al descontento y la nostalgia que habían estado reprimidas. Llegaron noticias a Saucío sobre Ambrosio Pisco, un descendiente de la zipa, que había unido fuerzas en Socorro con unos rebeldes que protestaban por los impuestos, y fueron llamados “los comuneros”. Pisco había sido proclamado señor de Chía y rey ​​de Bogotá. Este movimiento nativista conmovió a los chocontáes y se reclutó un grupo de combate, probablemente en mayo, para marchar con Pisco hacia la capital de su supuesto reino. Los indios de Chocontá, altivos y pendencieros ... bebedores empedernidos, tomaron el camino de Zipaquirá para unirse a las fuerzas principales. Un mes después regresaron con una promesa por escrito de que se aliviaría su problema (principalmente de impuestos); pero la promesa no se cumplió. Los chocontáes volvieron a trabajar las tierras de su reservación para contratarse a los señores locales y pagarles los habituales tributos. Los indios de Saucío, como todos los demás, volvieron a ser los sirvientes cegadores del camino real.


 

Su participación en la Rebelión de los Comuneros fue bastante reticente, y según su testimonio involuntaria. Originalmente se propuso apoyar a la fuerza expedicionaria enviada desde Santafé para detener el avance de los sublevados, pero la derrota de esta última en Puente Real (hoy Puente Nacional, Santander) el 7 de mayo de 1781 y las amenazas proferidas por los capitanes  de los “comuneros” le condujeron a adherirse a estos últimos. Trató de escapar de la presión de los líderes Comuneros e intentó dirigirse a Santafé, pero en el Boquerón de Simijaca los indígenas le aclamaron como su líder. Asumió sin mucho entusiasmo su nuevo rol político, y se le declaró “Príncipe de Bogotá” y “Señor de Chía”, acción que junto al hecho de haber percibido tributos de los indígenas fueron el núcleo de la acusación de traición que se entabló en su contra.

 

El evento más celebre en el que Pisco participó durante la rebelión se produjo poco antes de la firma de las Capitulaciones en Zipaquirá, sucedida el 6 de junio de 1781. El 31 de mayo, el líder comunero Francisco Berbeo (ca.1739-1795) le ordenó que con los cinco mil indígenas que le seguían se dirigiera a las cercanías de Santafé, para evitar la entrada a la ciudad de otros sublevados que pudieran causar desórdenes. Sin embargo, esta acción no llegó a realizarse, y bien pudo ser una estratagema de Berbeo para forzar a las autoridades a ceder a las peticiones estipuladas en las Capitulaciones.

 

Pisco abogó para que los indígenas de la Provincia de Santafé recuperaran el manejo de las minas de sal de Nemocón, lo que implicaba que se anulara el monopolio estatal  establecido sobre dicho producto en 1777, lo que posteriormente negó rotundamente. La acción más violenta en que participaron sus seguidores (1º de septiembre de 1781) consistió en el incendio de la morada del administrador de las minas de sal en dicha población, acontecimiento que condujo a la ejecución de varios de los implicados y al encarcelamiento de Ambrosio Pisco. Esta acción cuestionó el principio de amnistía que se había establecido en las Capitulaciones de Zipaquirá, las cuales fueron anuladas poco después (7 de septiembre) por un despacho enviado desde Cartagena por el Virrey Manuel Antonio Flórez (ca.1722-1799).

 


Las acusaciones en contra de Ambrosio Pisco pudieron haberle conducido al cadalso, sin embargo, fue indultado en 1782 por el Arzobispo Virrey Antonio Caballero y Góngora (1723-1796), sucesor de Flórez. Aunque Caballero no lo consideraba un sedicioso, y reconocía su papel en la pacificación de los indígenas, por razones políticas no podía permitir su presencia en las cercanías de Santafé y las provincias sublevadas. Fue exiliado a Cartagena donde se encontraba a la hora de su muerte, acontecimiento reportado por el Arzobispo Virrey a las autoridades metropolitanas en una misiva datada el 31 de enero de 1785. 

 

Si bien Ambrosio Pisco fue el jefe nominal de los indígenas involucrados en la Rebelión de los Comuneros, asumió su rol de forma bastante reticente y estuvo siempre a la merced de otros actores partícipes de los acontecimientos. Según John Leddy Phelan, para los criollos que dirigían el movimiento de los comuneros, “Ambrosio Pisco era un candidato ideal a la jefatura de los indios. Estos lo aceptaban con entusiasmo; era un indio hispanizado sin verdadero ímpetu político, y de hecho demostró ser un instrumento maleable para encauzar la cólera de los indios”. Margarita González opina que el interés de los criollos por establecer a Pisco como líder de las poblaciones indígenas, de manera que pudiera ejercer como su interlocutor frente a las autoridades, tenía una racionalidad económica que se manifiesta en el séptimo punto de las Capitulaciones firmadas en Zipaquirá. 

 

Al final de éstas capitulaciones se estipulaba que “los indios que se hallen ausentes del pueblo que obtenían, cuyo resguardo no se haya vendido ni permutado, sean devueltos a sus tierras de inmemorial posesión, y que todos los resguardos que de presente posean les queden no sólo en el uso, sino en cabal propiedad para poder usar de ellos como tales dueños”. Al dejar de ser los resguardos una propiedad comunal e inalienable, convirtiéndose en propiedad privada de los indígenas, estos podrían haberse dividido y vendido a los mestizos y criollos ávidos de tierras.  Ambrosio Pisco fue un líder reticente que si bien en algunos casos pudo velar por el interés de sus seguidores, como en lo referido a la derogación del monopolio sobre las salinas, en otros, como en la “privatización” de los resguardos, fue agente de intereses de otros actores de la sociedad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 



[1] Fals-Borda, Orlando (1955). Campesinos de los Andes, Imprenta de la Universidad de La Florida

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