Wednesday, April 6, 2011

Un Relato de las Minas de Suesca

Después de haber visto en un post anterior que en el escudo del Municipio se destaca “el carbón y la pica como símbolos de la abundancia y explotación de las riquezas minerales del suelo”,  quisiera hacer una breve memoria familiar de lo que fueron las minas de San Rafael en la vereda de San Vicente de Suesca.
El relato comienza en 1916 cuando mi madre era una bebé, y su abuelo materno le heredó un gran lote de terreno (30 fanegadas). Luego, en su niñez, cuando su familia era muy pobre, vinieron unos antioqueños muy avispados que sabían que en esos terrenos había carbón, engañaron a sus padres ofreciéndoles 14 pesos, una cadena de hierro y un carro de yunta a cambio de la finca. Ella fue creciendo y algunas personas le decían: “pero si usted es muy rica”, y ella se preguntaba, ¿rica yo? en semejante pobreza, ¿pero rica de qué?



Posteriormente, a instancias de don Jaime Gómez, un amigo de la familia que en esa epoca litigaba, mi madre dio poder a unos abogados prestigiosos en Bogotá para reclamar la finca que le había heredado su abuelo, y después de surtir un proceso largo y difícil, ella recuperó en 1947 una tercera parte de la finca. Las otras dos terceras partes de la herencia fueron el pago de los servicios profesionales que prestaron los doctores Latorre, Galindo & Mahecha. Para ese entonces las minas habían sido ya explotada durante más de 25 años.

Cuando mi madre recuperó parte de la herencia, ella ya se había casado con mi padre, y el trabajaba en el Ferrocarril del Nordeste. Entonces él se retiró de su empleo y se asoció con su cuñado Abelardo Cortés, quien poseía ya unas minas colindantes con el terreno en mención, ubicado en la vereda de San Vicente. Para ello formaron una sociedad limitada que se llamó “Carboneras Unidas ABC y San Rafael”.

Así transcurrió algún tiempo de mutuo entendimiento y colaboración, hasta que mi tío Abelardo se cansó de tener toda la responsabilidad sobre las dos minas, y un día le dijo a mi padre que a él ya “le dolían los pies bajando a las minas de Benedicta". Decidieron entonces separarlas, y desde entonces mi padre se desempeñó como administrador de las propiedades de su esposa, creando la empresa “Minas de Carbón Mineral San Rafael”.




Abelardo Cortés, quien conocía mucho de minas, le había pronosticado a su hermana que esas minas le durarían a su "ahijado" si mucho seis meses. Pero gracias a la inteligencia, la organización y el arduo trabajo de mi padre, llegaron a explotarlas por cerca de 50 años, y según parece todavía existe carbón en ellas. Los trabajos que realizó mi padre en la mina fueron causa de admiración, y a pesar de que era una mina pequeña, fue de las más productivas de la región.

De niño, yo acompañaba a mi padre durante las vacaciones escolares. Mi padre madrugaba a levantarse, y nos despertaba a las cuatro de la mañana para ir a Suesca. Una vez él llegaba a la Mina, se ocupaba de los oficios que hubiese que hacer, recibía el reporte del estado de los trabajos de parte del capataz; entregaba y contabilizaba la dinamita que se necesitaba en la explotación; revisaba cuentas con el conductor (es), entraba a la mina a dirigir y supervisar los trabajos, o a tomar medidas para calcular los pagos y elaborar la nómina; conversaba con los obreros; arreglaba los “cabrestantes” (motores que movilizaban la carga) cuando se dañaban; hacía mecánica en los camiones cuando fallaban o se varaban; coordinaba los trabajos de albañilería o de construcción que se estuviesen llevando a cabo; etc., etc.

Mientras tanto, los dos hijos mayores se dedicaban a jugar, o a construir túneles, o montar en bicicleta, o ir a cazar pájaros. En otras ocasiones barrían la casa donde se instalaban, o iban al pueblo en bicicleta, o jugaban fútbol con los primos, o leían cuentos, o le daban comida a los conejos que tenían, o a veces entraban a los túneles con su padre.




La vida se pasaba allí un tanto monótona, y en ocasiones triste, pues se veía la pobreza de la gente que trabajaba allí, el esfuerzo que requería su trabajo, y el lento transcurrir del tiempo, en un ambiente silencioso y solitario. El día más alegre y bullicioso era naturalmente el sábado, por ser el día de pago. Los obreros iban muchas veces acompañados de sus familias, y los que no comenzaban a tomar cerveza desde temprano, en alguna tienda improvisada.



Un evento que anualmente se realizaba en las Minas San Rafael, era la misa de fin de año, la cual se iniciaba con una procesión con la Virgen del Carmen, la patrona de los mineros y los choferes, encabezada por un pabellón con cintas y flores y acompañada durante su marcha a través de la finca, con pólvora, cánticos y rezos. Al finalizar la misa se servía un suculento piquete, con chivo, pepitoria, arroz, papas saladas, ají de aguacate o de huevo, y cerveza. Los trabajadores asistían con sus familias, y mis padres también, junto con algunos invitados como se vé en la siguiente foto.





Los pleitos por “rompidas” (cuando se encontraban bajo tierra dos túneles operados por propietarios distintos) en las minas de Suesca eran de común ocurrencia en aquella época, especialmente porque cada propietario de minas defendía sus derechos en el subsuelo,
y como no era fácil establecer quien estaba invadiendo el subsuelo del otro, por eso había tantos pleitos y demoraban mucho tiempo en resolverse.


.
Toda esta parafernalia vino a terminar en 1968, cuando Carlos Lleras Restrepo como presidente de Colombia, promovió una reforma constitucional que declaró el subsuelo de propiedad del Estado. A partir de ese momento, se exigió a los empresarios mineros tramitar los debidos permisos de explotación a través del Ministerio de Minas y Energía.

Este relato no seria completo sin destacar y honrar el esfuerzo humano que conlleva la explotación de las minas de carbón. En este relato es de destacar un trabajador de muchos años en las minas San Rafael, Florentino Gómez, quien también vivió en una de las casas de la mina (ver foto siguiente), con su familia y cuatro hijos con quienes en ocasiones jugábamos de niños: Carlos, Manuel, Ernesto y Lolo. Otros trabajadores que se destacaron y a quienes recordamos con aprecio fueron José Benedicto Bojacá, Braulio Sánchez Corredor, Miguel Chautá, Tomás Jiménez y su hijo Josué, quien era el encargado de los trabajos más urgentes y difíciles. A todos ellos nuestro reconocimiento y gratitud.