Saturday, March 20, 2021

Saucío, vereda legendaria – Tercera Parte

Para terminar este relato, subdividido en tres partes, acerca del proceso de cambio social que se ha vivido en esta vereda humilde pero a la vez importante, en el que se comentan muchos eventos históricos que sucedieron en torno a esta zona estratégica, ubicada en el municipio de Chocontá, departamento de Cundinamarca, a continuación se narran los principales acontecimientos de los siglos XIX y XX, con base en la tesis doctoral que presentó Orlando Fals-Borda en la Universidad de Florida en 1955.


Como se mencionó en la Primera Parte de este artículo y en el post titulado Orígenes de la familia Palacios-Sánchez, publicado el 31 de mayo de 2019 en este blog, la vereda de Saucío fue la cuna y primer hogar de la Familia Palacios Sánchez.


 

Período Republicano

 

Treinta años después de la Rebelión de los Comuneros, cuando las barreras de la carretera empezaron a caerse, al despertar de la revolución de Independencia. Entonces la legendaria vereda recuperó su importancia estratégica para las operaciones militares, y Saucío presenció una vez más el paso de los ejércitos, como en la época del zipa Nemequene. Fueron ejércitos que obtenían su  alimento de productos de la tierra, y también aumentaban sus filas con los hombres que reclutaban en su camino. Los líderes de los partidos contendientes no se detuvieron a preguntar a la gente del campo sobre sus preferencias políticas; reclutaban soldados mientras marchaban hacia y desde Bogotá: tanto Antonio Nariño como su enemigo Antonio Baraya, en Junio de 1912; Manuel Serviez y sus perseguidores, el Pacificador Pablo Morillo y Sebastián Calzada, en Mayo de 1816; el Coronel Carlos Tolrá, quien ejecutó a los patriotas en la plaza principal del pueblo de Chocontá en 1817, y su enemigo el guerrillero incansable Juan José Neira, futuro comandante militar de Chocontá (1819) y héroe de Buenavista (1840). Tantas guerras como conflictos trajeron entonces el caos, tanto ideológico como económico, a través de este camino veredal.

 

La población rural ignoraba por completo los ideales de la revolución. Sin embargo, bajo el liderazgo de los alcaldes de Chocontá, José María Maldonado y Luis Forero, quienes habían apoyado los actos del Consejo Supremo desde el comienzo de la agitación el 20 de julio de 1810, los chocontanos empezaron a ponerse del lado de los patriotas; cincuenta jinetes fueron reclutados localmente y enviados a Bogotá pocos días después del golpe. Como compensación y recompensa, el 6 de agosto de 1810, el Consejo Supremo declaró a Chocontá villa. Sin embargo, hay razones para creer que muchos saucitas prefirieron pelear por el rey, o no pelear por ningún bando, pues parecían muy satisfechos cuando Morillo restauró el poder de España durante tres años.



 

Sin embargo, no se desarrolló una resistencia activa contra los patriotas en el área de Saucío, como en la región de Nariño en el sur de Colombia. De hecho, después del triunfo de Bolívar en Boyacá el 7 de agosto de 1819, los chocontanos, bajo el liderazgo de Neira, suministraron un flujo constante de soldados para el ejército de Libertador. Viajando hasta Perú y Bolivia, muchos campesinos humildes pagaron su contribución al holocausto derivado de la guerra de independencia. Por lo tanto, los chocontanos merecían y tenían derecho a una recompense, así como lo tuvieron los veteranos de otras partes de la república. Entonces el gobierno de Bogotá patrocinó una redistribución de tierras con este propósito, y así fue como Neira, entre otros, llegó a ser dueño de una muy buena finca en esta zona. Pero luego en 1839 tuvo lugar otra gran conmoción cuando las tierras de la reservación indígena se dividieron entre los campesinos. El camino veredal, que pasó a llamarse "camino nacional de Tunja", trajo una compañía de agrimensores, instrumentos y otras herramientas. Los topógrafos  pronto dimensionaron y repartieron las pequeñas parcelas que resultaban para cada hogar. A partir de entonces los saucitas perdieron el título comunitario sobre la tierra, y cada individuo se hacía responsable de sus propias parcelas y de la subsistencia de él y su familia.


 

Esta distribución de la tierra fue una medida democrática, pero demostró ser poco realista, y la carretera nacional se convirtió en un instrumento de desorganización social. Incapaces de utilizar su corto aprendizaje como propietarios para sacarle provecho a sus parcelas, muchos saucitas, así como muchos otros chocontanos, vendieron las parcelas a hacendados locales y a diversos especuladores por un valor menor al del avalúo de la propiedad. La miseria asfixió a muchos campesinos mientras el camino veredal comenzaba a llenarse de mendigos; por lo tanto el nuevo camino no logró traer paz y prosperidad. Al contrario, pareció ampliar la brecha entre la clase alta y la clase baja, entre los terratenientes y los minifundistas; entonces una especie de lucha de clases comenzó a tomar forma, y vino a culminar un día de noviembre de 1853, cuando unos tres mil campesinos se amotinaron en las calles de Chocontá. Ese día precisamente se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de los Campos, y tanto los saucitas como las demás personas de la comunidad habían venido a la ciudad para asistir a las procesiones tradicionales. Un grupo de campesinos ebrios comenzó a insultar a la familia del terrateniente Maldonado Neira. Pronto los que, por una razón u otra, habían sentido que se les había cometido una injusticia, se unieron a los campesinos borrachos. El motín no se controló hasta que los padres dominicos intervinieron personalmente.

 

Durante el largo período de guerras civiles, la carretera nacional se convirtió más en una deventaja que en una ventaja para Saucío. Su posición estratégica hacía casi imperativo que los líderes de los grupos en contienda pasaran por allí en ambas direcciones; y así como en la época de la guerra de independencia, estos líderes también reclutaron a hombres locales. Una vez en 1854 las mareas de la revolución trajeron al segundo vicepresidente Tomás Herrera, quien se proclamó presidente del país en Chocontá.


 

Los numerosos conflictos civiles que hubo en esa zona arruinaron a las empresas rurales. Los ancianos de Saucío aún recuerdan los tiempos en que los ejércitos que pasaban confiscaban sus rebaños de ganado. Sin embargo, tal caos terminó en 1902, cuando los liberales y conservadores que estaban en guerra civil, firmaron una tregua a bordo del buque de guerra estadounidense "Wisconsin". A partir de entonces la gente de Saucío pudo entregarse a empresas constructivas; se aumentaron las comunicaciones, y los nuevos contactos, así como la paz, le dieron a Saucío una mirada diferente y un espíritu optimista.

 

Un evento emocionante se presentó en 1905 cuando llegó la noticia de que el presidente Rafael Reyes planeaba pasar por Saucío en un viaje oficial a Tunja. Este evento, por supuesto dió motivo a la acción política, a corridas de toros, bailes y discursos. Pero, lo que hizo más interesante la visita presidencial fue el hecho de que el general Reyes iba a viajar en automóvil: un Mercedes Benz reluciente le había sido entregado en Bogotá, y el presidente estaba ansioso por probarlo en las carreteras colombianas.



Según lo solicitado por los ingenieros presidenciales, los saucitas unieron sus fuerzas para reparar la carretera nacional y ensancharla en algunos lugares; con un entendimiento que se consideraba inusual para estos campesinos, la gente de Saucío trabajó en este proyecto comunal por su cuenta; parecían darse cuenta de que con el paso del automóvil y la reparación de la carretera comenzaba una nueva era. Con la paz asegurada, era posible pensar en proyectos distintos de huir de los ejércitos y luchar contra hermanos. 

 

Así, un día de 1906 el coche presidencial entró ruidosamente en Saucío. Las ovejas que habían dejado los campesinos pastando junto al camino, se retiraron apresuradamente hacia las acequias; los granjeros salieron corriendo de sus chozas para ver el vehículo, mientras el conductor de sombrero tocaba la bocina con orgullo. Hubo un murmullo de admiración cuando el carro vadeó gloriosamente un arroyo del río Saucío y subió el cerro de Hatoviejo sin mostrar signos de fatiga. El presidente agitó la mano mientras los respetuosos campesinos se quitaban el sombrero y miraban boquiabiertos. Algunos niños portaban banderas tricolores, pero en la emoción del momento las dejaron caer y corrieron a esconderse detrás de sus padres. Al parecer, sólo el caballo del conquistador Jiménez de Quesada había causado un impacto cultural tan profundo.

 


Para cuando el presidente Reyes regresó de Tunja como un héroe, la carretera ya no era una carretera nacional; se había convertido en la "Carretera Central del Norte". El hecho de que los automóviles tuvieran serias dificultades en ciertas partes de la antigua carretera hizo que los ingenieros del gobierno variaran un poco su curso. Este fue un proceso que tomó alrededor de 30 años, desde 1910 hasta 1940. Los saucitas pronto se familiarizaron con camiones, rodillos, mezcladoras de asfalto, detonadores, instrumentos de medición, tránsitos y balanzas.

 

Un impulso adicional produjo en la vereda de Saucío la construcción del Ferrocarril del Nordeste, entre los años 1924 y 1929. Una empresa belga desarrolló este proyecto con total éxito, excepto por un deslizamiento de tierra en Arrayanes que mató a varios trabajadores. El ferrocarril corría casi paralelo a la Carretera Central del Norte; cuando se inauguraron los servicios en agosto de 1929, la vereda de Saucío se convirtió en una de las paradas obligatorias de los trenes. Este servicio se terminó en la década de 1930, pero los trenes y automóviles han continuado parando ocasionalmente en la vereda cuando necesitan hacerlo. 



Viajar y comunicarse con Bogotá se volvió fácil: antes de que se construyeran la carretera y el ferrocarril, los viajeros iban a caballo o en carruaje, pero tenían que pasar la noche en Nemocón o Cajicá. Ahora, con una parada de tren prácticamente en el patio tresero de sus casas, Bogotá estaba a solo tres horas de distancia de los Saucitas. En 1931, cuando el ferrocarril y la Carretera estaban comprometidos en una sana competencia, éstos sirvieron como alimentadores humanos para la capital y sus nuevas industrias; por lo tanbto, Saucío comenzó a sentir el jalón de la ciudad que estaba en crecimiento. Al principio las mujeres fueron las más sensibles a la posibilidad de trabajar en la capital, especialmente como sirvientas en casas particulares; luego, los hombres comenzaron a migrar, principalmente como obreros de la construcción y de las industrias.

 


Pero la carretera y el ferrocarril también creaaron una corriente cultural en sentido opuesto: el moderno proceso de racionalismo que desafía lo tradicional y lo sagrado, comenzó a hacer incursiones en la vereda de Saucío. Algunos valores antiguos, como los de la agricultura, ya no lo abarcaban todo; el vestuario, la música y las creencias sufrieron algo por el contacto con el mundo exterior; los periódicos de Bogotá comenzaron a venderse localmente; los maestros ya no eran del municipio o de la comunidad; muchos de ellos fueron capacitados en escuelas de la capital. El dueño de la Hacienda Las Julias, la principal finca de Saucío, pronto descartó sus coches tirados por caballos, y compró un automóvil; por otra parte el nieto del dueño, quien entonces administraba la hacienda, fue el primero en introducir un tractor agrícola, a principios de 1949.

 


El ejército nacional, que estaba bien organizado desde la época del presidente Rafael Reyes, reclutó a saucitas sencillos, los entrenó en cuarteles militares en otros lugares del país, y los devolvió activos pero inadaptados a las condiciones locales en las que habían crecido. Dirigentes de izquierda nacional, como Jorge Eliécer Gaitán que predicaban la redención del proletariado y arremetían contra los llamados "oligarcas", empezaron a apelar al pueblo de Saucío; los campesinos acudieron en masa a votar por Gaitán en la mayoría de las elecciones, incluída la presidencial de 1944, cuando el famoso político fue uno de los candidatos favoritos. El descontento y las posibilidades de una vida nueva y diferente fueron algunos de los principales cambios culturales que trajeron a Saucío la Carretera Central del Norte y el ferrocarril.



Lo que probablemente hizo más en los últimos tiempos para desafiar las características tradicionales de la comunidad de Saucío fue la gran obra de la represa del Sisga. Desde la época en que los ingenieros colombianos intentaron por primera vez la construcción de la represa en 1946, muchos agricultores jóvenes se dedicaron a la mecánica y a trabajos que antes eran inimaginables. Luego, cuando la empresa Wistom Brothers, una corporación de Minnesota, Estados Unidos, mediante un contrato con el gobierno colombiano emprendió las obras de la represa en 1948, les presentó a los campesinos los últimos tipos de maquinaria y equipo pesado para la construcción. Además, con el servicio de transporte en los camiones de la empresa que les paraban en la carretera, los Saucitas acudieron en masa con entusiasmo a las nuevas obras; pero sus empresas agrícolas sufrieron. 



 

La generación de los mayores en edad y las mujeres se quedaron en las granjas, pero tuvieron dificultad para recuperar la mano de obra de los hombres que se habían ido. Mientras tanto, los jóvenes trabajadores de la represa se enorgullecían de ser ayudantes del operador de tractores (uno de ellos se convirtió en un buen operador), o engrasadores, o ayudantes de mecánico. Algunos se dedicaron al trabajo en túneles, otros se dedicaron a trabajos de electricidad, soldadura, doblado de acero, mezclado de concreto, plomería, y muchos aprendieron a conducir camiones y a manejarlos bien.

 

Al mismo tiempo, el trabajar en la represa hizo que los campesinos fueran más conscientes de las nuevas y avanzadas leyes sociales que habían sido promulgadas en Colombia de 1936 a 1945. A los agricultores jóvenes les tomó poco tiempo conocer y aprovechar al máximo las cesantias (indemnización por despido), vacaciones, seguros, bonificaciones y otros beneficios provistos por esas leyes. Por primera vez, los saucitas se enteraron de la existencia de un tribunal laboral donde podían presentar denuncias cuando pensaran que se les había cometido una injusticia.

 

Para muchos agricultores jóvenes, la represa del Sisga significó una despedida de la vida rural. Algunos saucitas que trabajaron en la represa, donde aprendieron nuevos trabajos y habilidades, se mudaron a Bogotá y a otras ciudades, y han prosperado. Asimismo, prácticamente todos los campesinos que trabajaron en la represa del Sisga y se quedaron en Saucío, también mostraron signos de prosperidad, pues los salarios en la represa eran más altos que en cualquier otra empresa de la zona, lo que les permitió a algunos trabajadores ahorrar suficiente dinero para comprar un terreno y construir una casa con techo de tejas. Uno de ellos, por ejemplo, hizo este salto de su bajo estatus al de ser propietario-operador en el increíblemente corto tiempo de un año y medio. 

 



Otros saucitas compraron muebles, bicicletas, relojes de sala y de pulso (que todavía son una rareza, a pesar del avance en las compras), y vestidos. La mayoría acudía con mayor frecuencia, y con más majestuosidad a las habituales demostraciones de prestigio que requerían tomar cerveza o licor, y asistir a las tiendas donde además de tomar cerveza, compraban cigarrillos, comida y artículos diversos. Dichas tiendas, por lo general, tienen una cancha para un deporte al aire libre llamado tejo; éstas tienen las características de un "club de campo" o de esparcimiento, donde los campesinos conversan, toman cerveza, compiten y dedican gran parte de su tiempo libre.




 

De otra parte, el trabajar en estrecha colaboración con el personal norteamericano despertó en los trabajadores de origen campesino un leve interés, tanto por el idioma inglés como por los asuntos del exterior. El conflicto coreano, por ejemplo, fue seguido bastante de cerca por los saucitas, incluso antes de que las tropas colombianas fueran enviadas allí (entre ellos había un saucita, quien justamente era miembro de la familia Palacios-Sánchez). También el hecho de que en la represa del Sisga hubiera empleados de prácticamente todos los departamentos del país, desde la costa atlántica hasta Nariño, hizo que los saucitas conocieran mejor los diferentes elementos que componen la nacionalidad colombiana. Indiscutiblemente, estos encuentros con pueblos de otras tierras dejaron una impresión viva y duradera en la mente de los campesinos locales.

 

Así Saucío ha tenido todas las ventajas y desventajas de una zona por la que atraviesa una carretera principal, gozando a la vez de medios de comunicación rápidos. Desde la época indígena hasta la actualidad, la gente de esta vereda ha sido sometida a un proceso de cambio cultural más intenso que en otras zonas cercanas, donde el aislamiento ha creado su estancamiento. Este proceso de cambio ha estado impulsado principalmente por razones militares, religiosas y económicas, y se focalizó en esa vereda. Luego éste se convirtió en un proceso de cambio cultural dirigido, cuando el camino real español solo servía para fines provinciales; y más recientemente, después de un período de laissez faire y de caos que utilizó la carretera nacional como su canal de distribución, la vereda de Saucío ha ingresado al mundo moderno a través de la Carretera Central y las fuerzas racionalistas que éste avance representa.



Las fotos en blanco y negro fueron tomadas de la publicación Peasant Society in the Colombian Andes – A Sociological Study of Saucío, escrito por Orlando Fals-Borda y publicado por University of Florida Press, Gainesville, en 1955.

 

 

 

Friday, March 12, 2021

Gobernantes Muiscas – Los Zaques

Zipazaques era el título de nobleza de los gobernantes de la parte norte de la Confederación Muisca que pobló el altiplano cundiboyacense. Su sede de gobierno original fue la población de Hunza, hoy Tunja, capital del departamento de Boyacá. 

 

Primer Zacazgo

 

El cronista Lucas Fernández de Piedrahíta[1] sostiene que Hunzahúa fue el primer Zaque de Tunja, aunque este zaque dominó todas las tierras de los Muiscas, desde el Chicamocha hasta el territorio de los Sutagaos, y desde las vertientes de los Llanos de San Juan hasta las fronteras de los Panches, Colinas, Pijaos y Muzos, incluyendo toda la tierra de Vélez y Oiba, gobernando en paz y con justicia. El nombre de Hunza o Tunja deriva del nombre del mítico cacique de la ciudad, Hunzahúa (palabra chibcha que significa ‘varón poderoso’), quien estaba a la cabeza del gobierno de todo el territorio muisca, y mantenía numerosos cercados como el de Quiminza, al igual que los templos de adoración religiosa como el Pozo de Hunzahúa y los Cojines del Zaque. 

 



Existía la creencia entre los indígenas de que dicho pozo no tenía fondo, y que además, entre sus aguas había pilares sobre los cuales estaba sostenida la ciudad de Tunja. Durante la Conquista Española hubo un intento de secar la laguna, pero al momento de empezar, la ciudad empezó a temblar, por lo cual se desistió del objetivo. Una leyenda muisca decía que Hunzahúa tenía una hermana tan hermosa, que no pudiera haberse hallado otra como ella entre todas las doncellas chibchas. El veleidoso monarca se enamoró apasionadamente de su hermana y comunicó a su madre su determinación; pero ella se negó a dársela como esposa. Los chibchas tenían prohibido el matrimonio entre parientes, hasta el segundo grado de consanguinidad, y en toda la nación muisca era tan abominable el incesto, que tenía siempre por castigo la muerte. Hunzahúa, quien era fuerte y luchador en las batallas, quedó anonadado ante la inflexible negativa de su madre. La más acerba tristeza abatió por muchos días el ánimo del soberano de los chibchas, y prefirió huir a Chipatae, robando a su hermana de la tutela de su madre; en Chipatae la hizo su esposa. Algún tiempo después, el recuerdo de su madre desolada, los forzó a volver a Tunja al hogar materno. 

 

Una vez  la madre comprobó que los dos hijos eran esposos, montó en cólera y dispuso corregir a su hija con un severo castigo: echó mano de la sana, que era un palo para revolver la chicha, pero la muchacha se amparó tras de la tinaja, esquivando el tremendo garrotazo, que dio estruendosamente sobre la gacha o moya donde se guardaba la chicha, la cual se derramó y formó el pozo de Hunzahúa, que es como se le denomina la famosa laguna situada al norte de la ciudad.  Los dos desalentados hermanos abandonaron a Tunja y partieron hacia el sur, hasta Susa. Cuando el Zaque se dispuso a recibir con alegría de su esposa, el primer fruto de su gran amor, los nuevos padres quedaron espantados al ver que el niño recién nacido, de repente, se convertió en piedra y se quedó como una estatua.



Segundo Zacazgo

 

Michúa, fue uno de los Zaques de Hunza, sucesor de Huanzahúa, quien gobernó la región norte de la Confederación Muisca. El zaque Michúa aparece mencionado por primera vez en 1688, en la primera parte de la Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, del cronista neogranadino Lucas Fernández de Piedrahita.



Cuando el zipa Saguamanchica conquistó las tierras de Fusagasugá y de los Sutagaos, sometiéndolas a su dominio, el sibyntiba o cacique de Guatavita se sintió ofendido por la arrogancia del zipa, que quería tener dominio sobre todos sus vecinos. Entonces Guatavita rompió relaciones con el Zipa de Bacatá y le pidió ayuda a Michúa, Zaque de Hunza, con quien tenía estrecha relación. Michúa respondió favorablemente al pedido de ayuda de Guatavita. Entonces el zaque, quien consideró ofendida la antigüedad de su linaje, que consideraba anterior al del zipa, envió un heraldo suyo a que citara a Saguamanchica para que compareciese ante su corte y respondiese por las quejas presentadas por Guatavita. El zipa respondió burlándose del mensaje del zaque, y maltratando a su heraldo.

 

Entonces el zaque juntó un ejército de 40.000 guechas (guerreros muiscas), y marchando hacia la frontera del Zipazgo, se enteró de que su enemigo ya estaba listo para presentarle batalla, y que había juntado a sus hombres con los de Sopó, cuyos habitantes eran tradicionales enemigos del Zacazgo y fieles al zipa. El zaque temió entonces que su ejército no resultara lo suficientemente fuerte como para ganar la batalla, y se devolvió a sus dominios, lo que afectó notablemente su reputación y le dio más ánimos al zipa, cuando éste se hubo enterado.

 

El zipa aprovechó la huida del zaque para castigar al pueblo de Ubaque, cuyo cacique lo había traicionado uniéndose al bando del zaque e invadiendo y destruyendo los pueblos de Pasca, y Une. Las confrontaciones al interior del Zipazgo resultaron desfavorables para Saguamanchica, pues entre tanto aprovecharon los panches para invader Zipacón y Tena, mientras que Guatavita había movilizado a sus hombres para invader Chía y Cajicá. Entonces el zipa, aconsejado por sus ministros, dividió su ejército en dos tropas, una para que contuviese el ataque de los panches al suroccidente, y otro para que enfrentase al Guatavita. En la pacificación del Zipazgo se demoró el zipa dieciséis años, hasta que tuvo oportunidad de pensar de nuevo en la confrontación con el zaque.

 

Batalla de Chocontá

 

En 1490, una vez que tuvo el zipa el control sobre sus territorios, juntó todo su ejército y fingió dirigirse contra los panches, pero en realidad lo condujo aceleradamente hacia Sopó, donde juntó sus fuerzas con las de este cacique y otros enemigos del zaque para tomar rumbo hacia el Zacazgo. En el camino pasaron por Guatavita, cuyo cacique, atemorizado por la última derrota, no se atrevió a hacerles frente. El ejército del zipa se componía de 50.000 hombres.

 

El zaque se enteró de todo desde que el zipa estaba en Sopó, y viendo que no había forma de evitar la confrontación, juntó un ejército de 60.000 hombres, y marchando aceleradamente llegó a Chocontá, jurisdicción del Zipazgo; allí el zaque hizo descansar a sus hombres. Cuando el zipa llegó con sus tropas, se inició inmediatamente la Batalla de Chocontá, que fue particularmente sangrienta. Al final ganaron los bacataes, al mando del zipa, pero tanto Saguamanchica como Michúa perdieron la vida. Sin embargo, el zipa alcanzó a ver el triunfo de sus hombres poco antes de morir. Michúa murió en el campo de batalla; su cuerpo fue llevado por sus hombres de regreso a Hunza, donde se lo presentaron a su sobrino, Quemuenchatocha, quien tenía en ese momento dieciocho años de edad, y fue quien le sucedió en el trono.

 

Tercer Zacazgo

 

Quemuenchatocha nació en Hunza en 1472 y murió en Ramiriquí en 1537; fue el penúltimo zaque de Hunza, quien fue erigido sucesor de su tío Michúa, como zaque de Hunza, cuando tenía la edad de 18 años. Fue rival de los zipas Nemequene y Tisquesusa; pactó la paz con este ultimo, por mediación del sacerdote Sugamuxi después de varios años de guerra fratricida en la Confederación Muisca en 1537. Al enterarse de la llegada de los conquistadores españoles, tuvo que salvar a tiempo sus tesoros y prohibió bajo graves penas que se les indicara el camino a su cercado. Cuando se enteró de que se aproximaban, envió regalos y emisarios de paz para detenerlos mientras ocultaba sus tesoros y se ponía a salvo. Sin embargo, el 2 de agosto de 1537 los españoles saquearon Hunza y lo tomaron prisionero. 



Fue descrito por Juan de Castellanos[2], explorador, militar, cronista y sacerdote español, como un anciano, de gruesa y espantable corpulencia, sagaz, astuto y cruel, además de un temperamento recio e iracundo que nadie se atrevía a mirarle al rostro; todos iban ante él con la cabeza inclinada. Finalmente Quemuenchatocha fue llevado hasta Suesca, con el fin de obligarle a confesar el lugar donde ocultaba sus tesoros. En su ausencia, abdicó en su sobrino Aquiminzaque. Quemuenchatocha murió al poco tiempo en Ramiriquí.

 

Último Zacazgo


Aquiminzaque era sobrino de Quemuenchatocha y asumió el zacazgo cuando su tío fue llevado a Suesca como prisionero; fue el ultimo zaque de Hunza, desde 1537. Se le reconoce como un hábil gobernante en sus dos primeros años como Zaque, aunque su gobierno fue impactado por las vicisitudes de los conquistadores españoles en su territorio. 

 


En un principio, Aquiminzaque mantuvo colaboración con los españoles e inclusive se convirtió al catolicismosin embargo, por las continuas y numerosas exigencias que hacían los españoles a los indígenas le generaron una gran inconformidad, razón por la cual él y varios señores muiscas trataron de rebelarse. La conspiración fue descubierta por Hernán Pérez de Quesada en un acto público que tuvo lugar en Hunza; allí, el hermano de Gonzalo Jiménez de Quesada apresó a Aquiminzaque y a otros señores principales y los hizo decapitar en la plaza principal, hoy Plaza de Bolívar. Su muerte marcó el final de la dinastía de los zaques tunjanos, y con ella la Confederación Muisca llegaría a su fin.

 


 


[1] Lucas Fernández de Piedrahíta nació en Santa Fe de Bogotá el 6 de marzo de 1624; estudió en el Colegio San Bartolomé, pasando posteriormente a la Universidad de Santo Tomás. Ejerció como cura en Fusagasugá y en Paipa, alcanzando luego el puesto de canónigo de la iglesia metropolitana. Fue llamado a comparecer en el Consejo de Indias, acusado por varios cargos vinculados a una visita en el Reino de Castilla durante la llamada época de Cornejo. Viajó a España y compareció en el juicio durante 6 años, siendo hallado inocente. Más tarde, el monarca lo nombró obispo de Santa Marta como premio a sus méritos y servicios y como compensación por la acusación errónea por parte de la Corona que lo llevó a Castilla para que compareciera.

 

En 1669 fue consagrado en Cartagena de Indias como Obispo de Santa Marta. En 1676, a los 52 años, fue nombrado obispo de Panamá. Sin embargo, mientras se dirigía su nueva diócesis, fue apresado por los corsarios francés e inglés Cox y Duncan, capitanes de Morgan, quienes estaban atacando a Santa Marta. Debido a su pobreza manifiesta, los corsarios creyeron que los estaba engañando  y lo torturaron para que les indicara el lugar en el que escondían las riquezas de la iglesia. Debido a que no consiguieron que se lo dijera, lo llevaron con ellos a la isla Providencia, donde Morgan lo liberó y le regaló un pontifical y otros adornos sagrados robados en su asalto a Panamá. Tras su liberación, inició su viaje a Panamá. Luego de arribar, ocupó su tiempo en la enseñanza religiosa, la predicación la organización de la diócesis y en la evangelización de los indígenas del Darién del sur. 

 

En 1681, Carlos II de España lo nombró gobernador de Panamá, cargo que ocupó hasta 1682. Murió en Panamá en 1688 con más de sesenta años, mientras se editaba su libro, el cual no llegó a ver publicado Sin embargo, solo fue impreso su primer volumen, ya que el segundo se perdió o no llegó a imprimirse. Sus dos primeros volúmenes hablaban del periodo prehispánico de Panamá; el tercero, registra la era colonial desde la fundación de Santa Marta por Rodrigo de Bastidas, finalizando con la llegada del gobernador Andrés Díaz Venero de Leiva en 1563.

[2] Juan de Castellanos nació el 9 de marzo de 1522. Fue hijo de campesinos, y desde niño abandonó el pueblo para irse a Sevilla bajo la tutela del bachiller Miguel de Heredia, para estudiar latín, gramática, preceptiva y poesía en la Escuela de Estudios Generales de Sevilla. Muy joven, con diecisiete años y quizá sin el permiso familiar, marchó como soldado a América en compañía de su coterráneo Baltasar de León, pero en San Juan de Puerto Rico empezó a ayudar al obispo de la isla y, fallecido este, estuvo en Santo Domingo, Aruba, Bonaire y Curacao, dedicado a secuestrar indígenas para el comercio de esclavos. En 1541 llegó a la isla de Cubagua o "de las Perlas", donde, "con ayuda de los nativos", se dedicó a la industria que le daba su nombre. Después pasó por Santa Marta, Salinas de Tapé y finalmente llegó a Cartagena de Indias en 1545. En 1550 fundó la villa de Upar (Valledupar) junto con Hernando de Santana, y empezó los trámites para ordenarse como sacerdote, lo que consigue en Cartagena de Indias en 1559. En Cartagena de Indias ejerció de capellán hasta 1558 y luego en Riohacha hasta 1561 como vicario. En 1562 se le nombró cura de la Catedral de Tunja y en 1569 beneficiado de la misma por real provisión de Felipe II. Murió en este cargo a la muy avanzada edad de 85 años, el 27 de diciembre de 1607.

Su obra más destacada es el poema Elegías de varones ilustres de Indias de 113.609 versos endecasílabos agrupados en octavas reales (se trata del poema más extenso en cualquier lengua), biografías de los hombres que más se destacaron en el descubrimiento, conquista y colonización de Hispanoamérica; fue publicada en 1589 se divide en cuatro partes compuestas de diversas elegías que a su vez contienen diversos cantos. La primera parte narra los viajes de Cristóbal Colón, la conquista de las Antlllas y la exploración del río Orinoco; la segunda habla sobre Venezuela, el Cabo de la Vela y Santa Marta; la tercera, habla sobre Cartagena de Indias, Popayán y Antioquia. La cuarta y última parte es la Historia del Reino de Neuva Granada, que trata sobre la conquista de Bogotá, Tunja y pueblos aledaños. Juan de Castellanos escribió primero la obra en prosa y luego la redujo a verso, esta última tarea que le llevó diez años, dedicando finalmente su obra a Felipe II.

  

Thursday, March 11, 2021

Gobernantes Muiscas – Los Zipas

En este post se complementa el relato acerca del Gobierno de los Muiscas, publicado en el blog Suesca Linda el 12 de febrero de 2012, con una narración acerca de la vida y realizaciones de cada uno de los Zipas que gobernaron la comunidad muisca de Bacatá. Posteriormente, se publicará un post complementario acerca de los Zaques, quienes gobernaron la comunidad muisca de Tunja.

 

Para lograr un mayor grado de comprensión acerca de esta civilización, se recomienda complementar la lectura de este post, con dos post anteriores publicados en este blog, que son muy relacionados: Historia breve de los Muiscas, publicado en mayo 13 de 2019, y Conquista del interior del país, publicado en febrero 6 de 2021.

 

1.     Primer Zipazgo

 

En una primera etapa de la civilización muisca hubo una serie de enfrentamientos entre cacicazgos, y con el fín de pacificar la región donde habitaban (altiplano cundiboyacense) se hizo un consenso entre los dirigentes muiscas para elegir a un jefe supremo que los gobernara a todos. Resultó elegido Hunzahúa, oriundo de Ramiriquí, de quien tomó nombre la confederación, que se llamó Hunza. El jefe supremo tomó el nombre de Zaque (‘señor-grande’, lo mismo que significaba Zipa entre la comunidad de Bacatá). El Zaque ejerció el control sobre las tierras que van desde el río Chicamocha hasta los Sutagaos, y desde las vertientes de los llanos de San Juan hasta las fronteras de los panches y los muzos, incluyendo la tierra de Vélez. A continuación puede verse en el mapa la repartición del territorio muisca en tres grandes provincias o zonas: la de los zipas, la de los zaques, y una zona intermedia de las tribus independientes.



 

La unidad instaurada permitió unificar el idioma y la religión de los muiscas, y solo fue rota a fines del siglo XV por el zipa Saguanmachica, en tiempos del zaque Michua, a raíz de las diferencias que tuvo con el cacique de Guatavita, como se verá más adelante. Según el historiador Guillermo Hernández Rodriguez (3) los muiscas conformaron una confederación, que no es comparable al imperio Azteca o al imperio Inca, aunque fueron pueblos contemporáneos, ya que “los muiscas no sometieron pueblos no-muiscas a su régimen politico”.  Dentro de este contexto, cada comunidad estaba regida por su jefe o cacique, tenía su autonomía y se sentían parte de su confederación. 

 

Zipa era el título de nobleza dado por los muiscas al gobernante supremo del Zipazgo, una de las divisiones administrativas más importantes de la Confederación Muisca. Se suele utilizar la expresión "Zipa de Bacatá", para significar que la sede de gobierno del Zipazgo se encontraba en Funza, que era la capital de la provincia de Bacatá, y abarcaba gran parte de la Sabana de Bogotá. El Zipa era considerado descendiente de la diosa Chía (la Luna), de la misma manera que el Zaque era considerado descendiente de Sue (el Sol). El Zipa tenía autoridad absoluta sobre el gobierno del Zipazgo: a su cargo estaba la dirección administrativa, el mando del ejército, la creación, reforma y aplicación de las leyes, y buena parte de los asuntos religiosos. 

 


El trono del Zipa era hereditario, pero el sistema de sucesión no era patrilineal, sino matrilineal; es decir, que quien heredaba el trono no era el hijo del anterior Zipa, sino su sobrino, hijo de su hermana, o de la mayor de sus hermanas. En caso de que, por alguna razón, no fuera posible que el sobrino del Zipa heredara el trono, los que seguían en la línea sucesoria eran los hermanos y los hijos del Zipa, en ese orden; de lo contrario, los hijos heredaban solamente los bienes muebles de su padre. La razón por la que el sucesor fuera el sobrino, era porque entre los muiscas existía la práctica de la poligamia, de modo que cada hombre podía tener el número de esposas o consortes que fuera capaz de mantener; por lo que la única forma de asegurar que el heredero fuera de la misma sangre que su padre era que fuera el hijo de su hermana.

 

Meicuchuca fue el primer Zipa del que se tenga registro, quien gobernó el Zipazgo de Bacatá, una de las partes integrantes de la Confederación Muisca, entre 1450 y 1470. Sucedió en el trono a su tío, Menquetá, y fue sucedido por su sobrino Saguanmanchica, de acuerdo con la tradición muisca de sucesión matrilineal.

 


 

2.     Segundo Zipazgo

 

Saguamanchica, fue el segundo Zipa de Bacatá, aunque se le suele considerar como el primer Zipa histórico, ya que los datos sobre su vida son mucho más abundantes que los de su predecesor, Meicuchuca. Saguamanchica gobernó durante aproximadamente veinte años, desde 1470 hasta su muerte, acaecida en 1490. Su gobierno se caracterizó por la expansión territorial del Zipazgo, al que se le agregó la provincia de Fusagasugá mediante conquista militar. Saguamanchica libró continuas batallas contra enemigos externos (los panches y los sutagaos), y contra los rivales al interior de la Confederación (el Zaque Michua y los caciques rebeldes al interior del Zipazgo). Siendo príncipe heredero, Saguamanchica había participado activamente en varias batallas contra los panches, acérrimos enemigos de los muiscas. Al ascender al trono del Zipazgo, habiendo heredado riquezas considerables y el mando de treinta mil guechas (guerreros muiscas), se propuso expandir el territorio bajo su dominio, consolidar su poder y someter a los pueblos enemigos. 



Las principales batallas que enfrentó en su calidad de Zipa fueron:

 

-      La Batalla de Pasca

Hacia el año 1470, poco después de su entronización, Saguamanchica decidió atacar a los sutagaos (llamados también fusagasugaes), quienes eran liderados por el cacique Fusagasugá. Los sutagaos, asentados en aquel momento en la frontera sur de los dominios del Zipa, pertenecían a la familia de los pueblos chibchas, pero vivían de manera independiente, bajo un gobierno autónomo y neutral, por fuera de la Confederación Muisca. Con la idea de someter a los sutagaos a su dominio, Saguamanchica partió al mando de treinta mil guechas, atravesó el páramo de Fusungá, y al cabo de pocos días llegó a Pasca, donde halló una pequeña resistencia de hombres fieles a Fusagasugá, a los que el Zipa sometió en menos de doce horas. Una vez sometida la población de Pasca, integrada principalmente por la etnia de los chiaizaques, el ejército del Zipa avanzó hasta llegar a una colina donde las tropas de Fusagasugá se estaban preparando para la batalla. La colina estaba rodeada por un lado por un monte escarpado, y por otro lado por un profundo abismo que descendía hasta el cause del río Pasca; desde allí se extendían los dominios de Fusagasugá hasta el río Subía. 

 

Saguamanchica, viendo que las características del terreno le favorecían, decidió acampar frente al enemigo y enviar, durante la noche, a dos mil guechas, al mando de un psihipqua (príncipe de sangre), para que subiesen con sigilo por la cumbre escarpada y ocupasen la retaguardia de los sutagaos, a fin de que al día siguiente atacasen al mismo tiempo. Al amanecer, y luego de una señal convenida, se inició el ataque contra el ejército de Fusagasugá, tanto de frente como por la retaguardia.  Los gritos de alarma dados por los centinelas del ejército de Fusagasugá al darse cuenta de la arremetida de los invasores por la retaguardia, hicieron que se difundiera la confusión primero, y el pánico después entre los sutagaos, lo que favoreció el rápido avance de los bacataes. Entre tanto, muchos de los fusagasugaes, presas de la confusión, abandonaron las armas y huyeron al monte. 



Al final de la jornada, fue capturado el general que comandaba los ejércitos de Fusagasugá, llamado Uzatama, cacique de Tibacuy, quien habiendo peleado al lado del cacique Fusagasugá, resultó gravemente herido por un macanazo. Éste aconsejó al cacique de Fusagasugá, del que era el principal confidente, que se rindiera, como en efecto lo hizo, aceptando desde entonces el señorío del Zipa sobre la tierra de Fusagasugá. Su autoridad como cacique le fue restituida a condición de rendir tributo y vasallaje a su nuevo señor, el Zipa de Bacatá, bajo juramento ante Sua, dios del Sol. Enseguida el Zipa hizo un reconocimiento de los nuevos territorios sometidos, y partió de regreso a la Corte de Bacatá, donde celebró el triunfo con sacrificios a los dioses y varios meses de fiestas.

 

-      Primera rebelión de Guatavita

Tiempo después de finalizada la Batalla de Pasca, el Cacique de Guatavita se rebeló contra el Zipa, pues consideraba que el poderío de Guatavita no era inferior al de Bacatá, y que Saguamanchica estaba asumiendo una actitud autoritaria que Guatavita no estaba dispuesto a soportar; entonces declaró la guerra y partió con su ejército con la intención de invadir Funza, capital del zipazgo. Sin embargo, Saguamanchica no sólo resistió el ataque, sino que persiguió al cacique Guatavita de regreso a sus dominios, que fueron invadidos por el Zipa. Guatavita sufrió dos derrotas importantes durante ese tiempo, por lo que el cacique Guatavita decidió pedirle ayuda al Zaque Michuá, puesto que hasta entonces se consideraba que incluso el Zipa debía someterse a la autoridad del Zaque. Al enterarse el Zaque de lo ocurrido, envió un emisario a Saguamanchica con el mensaje de que se presentara de inmediato en Hunza, capital del zacazgo, para que rindiera cuentas de su conducta. Saguamanchica se burló abiertamente del mensaje enviado por el Zaque, e incluso maltrató al emisario. Cuando el Zaque se enteró de lo ocurrido, formó un ejército de cuarenta mil guechas y se dirigió a Bacatá; sin embargo, al enterarse de que el Zipa estaba reuniendo un ejército aún más numeroso, apoyado principalmente por el Cacique de Sopó, Michuá decidió dar media vuelta y regresar a Hunza, renunciando de este modo a dar la batalla.

 

-      Rebelión de Ubaque

Saguamanchica aprovechó el hecho de que la batalla contra Hunza no tuvo lugar, y de haber reunido a un ejército numeroso, para someter al cacique de Ubaque que había roto su antigua sujeción al Zipa y pretendía aliarse con Michuá; además había atacado los uta o poblados de Pasca y Usme. Entonces el Zipa se dirigió al encuentro del Ubaque, atravesando las tierras de Chipaque y Une, y lo halló desprevenido. Sin embargo, éste logró escapar a un peñón de muy difícil acceso con todas sus riquezas, con el fin de que el Zipa no se apoderara de ellas. Desalentado por la imposibilidad de capturar rápidamente al Ubaque, el Zipa tuvo que regresar a Bacatá ante las noticias que un mensajero le había llevado de una segunda rebelión de Guatavita, y de una invasión de los panches.



 

-      Segunda rebelión de Guatavita e invasión de los panches

Las noticias del mensajero que había llegado hasta el sitio donde acampaba el Zipa, referían que los panches se habían apoderado de Zipacón y Tena, mientras que, al mismo tiempo, el Cacique de Guatavita había invadido Chía y Cajicá, ayudado por tropas enviadas por el Zaque. Saguamanchica tuvo que abandonar el asedio contra Ubaque y partir de inmediato para intentar solucionar los nuevos problemas que se le presentaban. Saguamanchica decidió entonces dividir su ejército en dos cuerpos para luchar simultáneamente contra los dos focos de conflicto. Sin embargo, la expulsión de los panches no fue posible sino hasta después de dieciséis años de continuas batallas. Cuando hubo pacificado estas provincias, el Zipa juntó todo su ejército en Sopó, donde logró reunir un total de cincuenta mil guechas, con los que se dirigió hacia Guatavita, donde el cacique no pudo ofrecer ninguna resistencia ante la superioridad de su enemigo. Alentado por esta victoria, el Zipa retomó su idea de combatir al Zaque, y se dirigió de inmediato a Hunza.

 

-      Batalla de Chocontá

Michuá, enterado de la marcha de Saguamanchica en su contra, reunió por su parte a sesenta mil guechas y acudió al encuentro de su adversario. Los dos ejércitos se encontraron por fin en los campos de Chocontá. Al poblado habían llegado poco antes las tropas del Zaque, que aprovecharon para descansar y abastecerse. El combate se prolongó por tres horas y fue particularmente sangriento. Al final de la batalla ganaron las tropas del Zipa, pero los líderes de ambos bandos murieron, aunque Saguamanchica alcanzó a ver la victoria de su ejército; a su muerte le sucedió su sobrino, Nemequene, que en ese momento era general de los ejércitos del Zipa.



3.     Tercer Zipazgo

 

Nemequene, fue un Zipa de Bacatá que gobernó durante veinticuatro años, desde 1490 hasta su muerte en 1514. Fue considerado como el mayor legislador de los muiscas, después de Bochica. Creó una serie de normas legales, conocida como el Código de Nemequene, las cuales estuvieron vigentes hasta un tiempo después de la conquista española. Recién entronizado, Nemequene convocó a un concejo de Uzaques (nobles de sangre pura), para nombrar a su sobrino Tisquesusa, como príncipe heredero y general de los ejércitos. Nemequene confió a Tisquesusa el mando de cuarenta mil guechas (guerreros muiscas), con la misión de someter a los sutagaos, que al enterarse de la muerte de Saguamanchica se habían sublevado con el ánimo de recuperar su independencia y liberarse del yugo del Zipazgo. Encomendada esta misión, Nemequene se ocupó de reunir otro ejército para hacer frente a nuevas invasiones de los panches, quienes también se habían sublevado al enterarse de la muerte de Saguamanchica.



-      Sometimiento de Zipaquirá

El cacique de Zipaquirá, alentado por los caciques de Guatavita y de Ubaté, decidió aprovechar las difíciles condiciones del comienzo del reinado de Nemequene para declararle la guerra al nuevo Zipa. Entre tanto Nemequene, enterado de la rebelión, decidió adelantarse a su enemigo y salirle al encuentro, al mando de dieciséis mil guechas. Los dos ejércitos se encontraron entre Chía y Cajicá, donde las tropas de Bacatá vencieron a las de Zipaquirá. De inmediato Nemequene regresó a Funza, capital del Zipazgo, donde entró al tiempo con Tisquesusa, quien volvía triunfante luego de haber vencido y sometido a los sutagaos.

 

-      Sometimiento de los sutagaos

El príncipe heredero, Tisquesusa, había partido al mando de cuarenta mil guechas, con los que marchó por la senda entre Tibacuy y Pasca para atacar a los sutagaos, mientras, en otro frente, los enviados de Nemequene fortificaban y guarnicionaban las fronteras con los panches. El Cacique Fusagasugá, al enterarse de la cercanía de Tisquesusa, intentó huir, dejando a su ejército desorganizado; sin embargo, Tisquesusa lo capturó y lo ejecutó en el acto. Luego, dejó en Tibacuy una guarnición de guechas y partió para Bacatá con un inmenso botín.

 

-      Sometimiento de Guatavita

Ante las continuas rebeliones de Guatavita, que se remontaban al reinado de Saguamanchica, Nemequene ideó una estratagema para lograr un sometimiento definitivo de ese rival. Guatavita era una región reconocida por poseer los mejores orfebres, por lo que de todas partes de la confederación Muisca se solicitaban los servicios de estos artesanos. Sin embargo, para evitar el despoblamiento, Guatavita tenía una política migratoria que consistía en que por cada artesano orfebre que enviara a otra región, el solicitante debía retribuir a Guatavita enviando a dos de sus habitantes. En vista de esto, Nemequene comenzó a solicitar, poco a poco, que le fueran enviados orfebres de Guatavita a Funza, pero en lugar de retribuir con habitantes comunes, enviaba guechas (guerreros muiscas) infiltrados. Para esto, Nemequene se ganó la complicidad del Cacique de Guasca, quien en principio era aliado de Guatavita. Cuando Nemequene consideró que en Guatavita había suficientes guechas suyos infiltrados, se dirigió con sigilo, acompañado por un pequeño ejército, y una noche, haciendo señas con fuego a los que estaban dentro del cercado de Guatavita (pues esta era la señal convenida), atacó el cercado desde fuera, mientras los guechas infiltrados atacaban desde el interior. Guatavita fue incendiada, su cacique fue asesinado, junto con su familia y buena parte de sus súbditos. Nemequene nombró a un hermano suyo como nuevo cacique de Guatavita y dejó allí una guarnición permanente.

 



-      Sometimiento de Ubaque

Tras haber sometido a Guatavita, Nemequene marchó con su ejército contra Ubaque, cuyo asedio duró siete meses, durante los cuales hubo continuas batallas y escaramuzas. Al final, el cacique de Ubaque, preocupado por la penosa situación de su gente ante el hambre y las epidemias provocadas por el asedio, decidió rendirse y pactar la paz con el Zipa. El acuerdo consistió en el total sometimiento de Ubaque, el pago de tributos y el derecho del Zipa a realizar visitas de inspección cada vez que lo estimara conveniente. Además, el cacique de Ubaque cedió al Zipa a sus dos hijas más hermosas como esposas. Nemequene solamente tomó a la mayor, mientras que la menor la dio a su hermano, el nuevo Cacique de Guatavita. Luego estableció una guarnición permanente en Ubaque y se dispuso a regresar a Funza, cargado de un inmenso botín. En Funza se celebraron varios días de fiestas y sacrificios a los dioses, en agradecimiento por las continuas victorias del Zipa.

 

-      Sometimiento de Ubaté, Simijaca y Susa

Los caciques de Ubaté, Simijaca y Susa se habían aliado para hacer frente común contra el Zipa. Sin embargo, no se habían puesto de acuerdo sobre quién de ellos lideraría la alianza, por lo que, cuando Nemequene partió para confrontarlos, éstos se encontraban en completo desacuerdo. En camino a Ubaté, las tropas del Zipa tenían que pasar por el boquerón de Tausa, donde el cacique de Ubaté les tenía preparada una emboscada. Sin embargo, Nemequene hizo pregonar que estaba dispuesto a darle muerte a todos los habitantes de Ubaté, sin perdonar la vida a nadie, por lo que éstos, presas del miedo, huyeron, dejando paso libre al Zipa, quien ocupó la población y obtuvo un cuantioso botín. De inmediato, Nemequene marchó contra Simijaca y Susa, a los que venció sin dificultad, fijando aquellas tierras como frontera con los muzos y anexándolas bajo la jurisdicción de Guatavita. Luego de dejar establecidas guarniciones militares, regresó a la Corte de Bacatá.

 

-      Muerte del cacique de Guatavita y juicio del de Ubaque

Habiendo sabido el nuevo cacique de Guatavita, hermano de Nemequene, que el cacique de Ubaque poseía un gran tesoro, determinó arrebatárselo, para lo cual fue a Ubaque con el pretexto de realizar una visita de inspección, como el Zipa lo había ordenado. Una noche, descubrió el tesoro, que era custodiado por algunos guardias en un peñón junto a la laguna de Ubaque. Al enterarse el Cacique de que le robaban su tesoro, se apresuró con su ejército para sitiar al ladrón. El peñón fue rodeado, y el asedio duró cinco días, hasta que el cacique de Guatavita, desesperado por el hambre, mandó a los que le acompañaban a arrojar el tesoro a la laguna, y luego se abrió paso por entre los enemigos, resultando muerto, junto con los suyos, al ser acribillados con múltiples disparos de flechas. 

 

El cacique de Ubaque, temeroso de que el Zipa tomara represalias por la muerte de su hermano, envió una comisión de embajadores a Nemequene con el mensaje de que le perdonase por lo ocurrido, al haber actuado en legítima defensa de sus bienes. Junto con los embajadores, envió multitud de esclavos cargados de presentes. El Zipa no recibió ninguno de los presentes, sino que mandó que regresasen con ellos a Ubaque, y luego escuchó atentamente el mensaje de los embajadores. Al final mandó comparecer en su presencia al cacique de Ubaque. Este se puso en camino hacia Funza, esta vez llevando como regalo a veinte de las más hermosas doncellas de su provincia, cien cargas de mantas de algodón y muchas más de esmeraldas, oro y plata. Al llegar el cacique de Ubaque a Funza, presentó los regalos que llevaba al Zipa, pero este sólo aceptó una manta por cortesía. Durante el juicio, el Cacique expuso sus razones, y Nemequene dio como veredicto el encierro del Cacique durante siete meses, luego de los cuales fue puesto en libertad y pudo volver a ejercer su cargo en Ubaque. Antes de irse de Funza, el cacique de Ubaque le insistió al Zipa que aceptara sus presentes, pero éste volvió a rechazarlos.

 

-      Batalla de Las Vueltas

Una vez que el Zipazgo estuvo relativamente pacificado, Nemequeme convocó a un Concejo de Uzaques, a los que les expresó su deseo de declarar la guerra contra el Zaque Quemuenchatocha, sucesor de Michuá, pues consideraba una afrenta que el Zaque estuviera a su mismo nivel, y no sometido a su autoridad. Al enterarse del plan de invasión, el Zaque preparó un ejército de cincuenta mil guechas, de los cuales doce mil habían sido enviados por el Sumo Sacerdote de Iraca. Entre tanto, el ejército del Zipa fue organizado así: Zaquesazipa, hermano de Tisquesusa, comandaría la vanguardia del ejército; Tisquesusa iría a la retaguardia, mientras que Nemequene obraría como general en jefe. La batalla definitiva tuvo lugar en el sitio de "Las Vueltas", por donde corre un pequeño arroyo del mismo nombre, y fue sostenida por ambas partes desde el mediodía hasta casi entrada la noche. El ejército del Zipa ya contaba con la victoria, cuando Nemequene, entusiasmado por el ardor del combate, se lanzó al campo contrario, donde fue herido por un dardo en el pecho. La noticia se propagó rápidamente entre sus hombres, pero Zaquesazipa impidió la deserción, ordenando en cambio una retirada cuidadosa. El Zaque Quemuenchatocha regresó satisfecho a Hunza por no haber perdido territorio, mientras que Nemequene fue trasladado, durante cinco días y cinco noches, sin parar, hasta el palacio de Funza, donde fue atendido sin éxito por los chyquy (sacerdotes muiscas) y chamanes. A su muerte, fue sucedido por su sobrino Tisquesusa. 

 

-      Código de Nemequene 

Fue un conjunto de leyes promulgadas por el cacique Nemequene, que contenía los castigos a los principales delitos, como el homicidio, la violación, el incesto, el sodomismo, y el robo. Además daba normas de conducta y de responsabilidad civil y military. Las principales fuentes de información sobre el Código de Nemequene fueron los cronistas españoles Juan de Castellanos (el primero que lo pone por escrito), Fray Pedro Simón y Lucas Fernández de Piedrahita. Buena parte de las normas establecidas por Nemequene permanecieron vigentes incluso después de la Conquista española. En 1676, el cronista Lucas Fernández de Piedrahita declaraba que los muiscas cumplían las normas del Código de Nemequene con tanta exactitud, que aún permanecían parcialmente vigentes, aunque con la imposición de las leyes españolas ya se estaban dejando en el olvido. Por este aporte, el zipa Nemequene fue considerado por los muiscas como el gran legislador después de Bochica.

 

4.     Cuarto Zipazgo

 

Tisquesusa fue el ultimo Zipa de Bacatá según el orden tradicional de sucesión, y el penúltimo de facto. Gobernó durante veinticuatro años, desde 1514 hasta 1538; sucedió en el trono a su tío, Nemequene, y fue sucedido por su hermano Zaquesazipa. Tisquesusa es considerado el último Zipa legítimo, pues fue el último en ocupar el trono por vía de sucesión matrilineal, de tío a sobrino, como dictaba la tradición muisca. Durante su gobierno llegaron los españoles a la Confederación Muisca, al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada



A continuación se narran las principales batallas y evntos que tuvo que sortear:

 

-      Marcha contra el Zacazgo

Tras la muerte de Nemequene, Tisquesusa fue a la Laguna Sagrada de Guatavita para cumplir con la ceremonia de entronización; después nombró a su hermano, Zaquesazipa, como general de los ejércitos. Zaquesazipa logró muy pronto someter al cacique de Ubaque, que se quería aliar con el Zaque. Al concluir la ceremonia de El Dorado, Tisquesusa se apresuró a unirse de nuevo a su hermano para emprender un ataque definitivo contra el Zaque Quemuenchatocha, puesto que había jurado vengar la muerte de Nemequene. El Zipa se puso a la cabeza de un ejército de sesenta mil guechas, con los que sometió a los caciques de Cucunubá, Tibirita y Garagoa. Después invadió Sutatenza, territorio del Zaque. A la vanguardia iba el cacique de Guasca, que había sido uno de los generales más ilustres del difunto Zipa Nemequene, y en la retaguardia iba Quixinimpaba, distinguido Uzaque y pariente cercano de Tisquesusa. Advertido el Zaque del ataque que contra él dirigía el nuevo Zipa, reorganizó rápidamente su ejército, al que agregó mercenarios traídos de Vélez, y se dirigió a Turmequé, para enfrentar allí a su adversario.

 

-      Intervención del Iraca

Cuando los dos ejércitos estaban a punto de enfrentarse, llegó un embajador de Suamox (hoy Sogamoso), la tierra santa de los muiscas, con un mensaje del Iraca, el Sumo Sacerdote, al que se consideraba sucesor del legendario Bochica. El Iraca ordenaba a las dos partes pactar una tregua durante veinte lunas (cerca de dos años), mediante una considerable cantidad de oro que debía ser entregada por Quemuenchatocha a Tisquesusa.

 

-      Sometimiento de Ubaté y Susa

Aceptada la tregua por ambas partes, Tisquesusa regresó a Bacatá, dejando a Zaquesazipa el mando sobre veinte mil guechas, con la misión de someter a los caciques de Ubaté y Susa, que se habían rebelado. En el camino, quiso Tisquesusa visitar a Furatena, la poderosa Cacica de los muzos, que era conocida por su sabiduría y hermosura, pero las noticias que le llevó un mensajero le hicieron suspender su viaje.

 

-      Llegada de los españoles

El mensajero que interrumpió la marcha de Tisquesusa le dijo que había sido enviado por el cacique de Suesuca (hoy Suesca), el cual le mandaba a decir que unos extraños hombres de piel blanca y barbas largas, que disparaban truenos y traían consigo unos animales como dioses, nunca antes vistos, se dirigían a las inmediaciones de Nemocón. Algunos años antes, un sacerdote de Ubaque, llamado Popón, le había profetizado a Tisquesusa que moriría «ahogado en su propia sangre» a causa de unos extranjeros venidos de tierras lejanas. Esta profecía hizo que la primera reacción del Zipa, al enterarse de la llegada de los hombres blancos, fuera evitar su contacto a toda costa, a la vez que ordenó que un comando de espías le mantuviese al tanto de todo lo referente a los invasores.

 

-      Zaquesazipa se enfrenta a los españoles

Entre tanto, el general Zaquesazipa se enfrentaba a los españoles, al mando de seiscientos de sus mejores guechas, creyendo que serían suficientes para derrotar a los pocos forasteros. La tropa de Zaquesazipa llegó al pie de la colina que divide Nemocón de Suesca, por el lado del Oriente, cuando ya Quesada había pasado con la vanguardia. En la retaguardia marchaban los españoles enfermos, escoltados por una guardia de caballería a la que atacaron los güechas de Zaquesazipa, llevando en sus espaldas las momias de los guerreros más valerosos que habían muerto en medio de combates, como tenían por costumbre. Los dardos, tiraderas y macanas de los muiscas no hicieron mucho daño a los españoles, que se defendieron hasta que llegaron los refuerzos pedidos a Quesada. Éstos arremetieron contra el escuadrón indígena, aprovechando sobre todo el pánico que causaban los caballos en los guerreros indígenas, causándoles una gran mortandad, hasta que los güechas que quedaban se vieron obligados a huir.

 

-      Refugio del Zipa en Sumungotá

Por consejo de los que le acompañaban, Tisquesusa decidió refugiarse en la fortaleza militar de Sumungotá, también conocida como Busongote, situada a unos 2 kilómetros de Cajicá, al pie de la sierra. La fortaleza estaba rodeada por muros de anchos troncos y cañas entretejidas, de unos 5 metros de altura, cubiertos por un tupido toldo de algodón. La fortaleza medía cinco varas de ancho por dos mil de largo, y adentro había grandes edificaciones que servían como almacenes en los que se guardaban las armas, provisiones y pertrechos.

 

-      Huida del Zipa de Sumungotá

No alcanzó Tisquesusa a instalarse en Sumungotá cuando un nuevo mensajero llegó con la noticia de que su hermano Zaquesazipa, había sido derrotado, aunque seguía con vida, pero los extranjeros, que habían llegado a Nemocón, se habían enterado ya del paradero del Zipa y ahora se dirigían hacia Sumungotá. Fue tal la premura de Tisquesusa ante esta noticia que decidió abandonar la fortaleza de inmediato, partiendo a pie, y no en andas, como era lo acostumbrado. Al día siguiente, los españoles llegaron a Sumungotá y se apoderaron de todas las provisiones que encontraron, incluyendo las andas del Zipa, que estaban hechas de madera fina enchapada en oro con abundantes incrustaciones de plata y esmeraldas. Los españoles estuvieron ocho días instalados en Sumungotá, adonde llegaron en procesión los habitantes de Cajicá, quienes quemaron moque (el incienso de los muiscas) y otras resinas frente a los españoles, pensando que se trataba de dioses, hijos del Sol. También depositaron los indígenas a los pies de los españoles ofrendas de oro, plata y esmeraldas, además de carne de venado y de algunas aves, y finas mantas de algodón. Después, prosiguiendo su camino, los españoles avanzaron hasta Chía.

 

-      Llegada de los españoles a Chía

Chía era conocida como la Ciudad de la Luna y del Linaje de los Zipas. El cacique de Chía, llamado Chiayzaque, sobrino y legítimo sucesor de Tisquesusa, al enterarse de las noticias que llegaban sobre los extraños invasores, decidió huir con toda su Corte. Corrió el rumor de que el Cacique, antes de emprender la huida, escondió sus tesoros en los altos peñascos que hay al oriente del pueblo, en lo que hoy es Yerbabuena, aunque nunca pudieron hallarse. Los españoles llegaron a Chía en tiempo de Semana Santa. Allí recibieron a los embajadores de Suba y Tuna, quienes les ofrecieron mantas, oro y otros regalos, y expresaron tanta sumisión a los españoles, que desde entonces fueron sus mejores aliados entre los muiscas. El cacique de Suba le ofreció a Jiménez de Quesada hospedaje en su cercado, oferta que fue aceptada, puesto que Suba estaba en el camino hacia Funza, capital del Zipazgo.

 

-      Llegada de los españoles a Suba

En Suba estuvieron los españoles ocho días, durante los cuales Jiménez de Quesada le envió continuos mensajes al Zipa, intentando, sin éxito, concertar un encuentro. El Zipa mandaba responder a estas peticiones diciendo que pronto permitiría el encuentro, y le enviaba a los españoles abundantes regalos de carne y mantas, mientras intentaba ganar tiempo, informándose del mayor número de datos sobre los invasores. Durante esos días, el Cacique de Suba enfermó repentinamente, probablemente de gripe, enfermedad desconocida hasta entonces en América, y murió luego de recibir el bautismo, siendo el primer muisca bautizado en la fe católica. Fray Domingo de las Casas, capellán de la expedición, fue el encargado de bautizar al Cacique.

 

-      Desalojo de la población de Funza

Entre tanto, Tisquesusa había llegado apresuradamente a Funza, capital del Zipazgo de Bacatá, donde ordenó el total desalojo de la población para salvaguardarla de los peligros que pudieran sobrevenir con la llegada de los invasores. Todas las tygui (consortes) del Zipa, que eran más de cuatrocientas, fueron las primeras en abandonar la ciudad, y la Corte del Zipa partió hacia Facatativá. Diariamente, el Zipa recibía informes detallados de sus espías sobre los españoles, intentando comprender si se trataba de dioses o de hombres. Como los mensajes informaban que los extranjeros mostraban una desmesurada avidez por apoderarse de todo el oro que encontraban, Tisquesusa ordenó que sus tesoros fueran escondidos de inmediato, haciendo dar muerte a los encargados de esa labor para asegurar el secreto del escondite.

 

-      Llegada de los españoles a Funza

Gonzalo Jiménez de Quesada, exasperado por las continuas dilaciones que ponía el Zipa en sus mensajes, y viendo que éste sólo quería postergar indefinidamente el encuentro, decidió marchar intempestivamente hacia Funza. En el camino los españoles fueron atacados en múltiples ocasiones por hombres fieles a Tisquesusa que, escondidos entre los pantanos, disparaban flechas y les tiraban piedras a los invasores. Además, como en aquel momento el río Bogotá estaba crecido por las lluvias de abril, tuvieron alguna dificultad en pasarlo. Cuando llegaron los españoles a la capital del Zipazgo, no encontraron a nadie, aunque se admiraron de la grandeza de las habitaciones del Zipa, en las que se alojaron. En la relación de los capitanes San Martín y Lebrija se cuenta que en la capital del Zipazgo había muchos templos, que todas las casas eran muy aseadas, ordenadas y amplias. El interior de las construcciones estaba revestido por cañizos de cordeles de múltiples colores que formaban figuras geométricas, de animales y antropomórficas. Una noche, algunos indígenas, probablemente enviados por Tisquesusa, atacaron Funza con flechas encendidas, y aunque los españoles lograron sofocar el incendio, muchas casas alcanzaron a derrumbarse. Habiendo capturado a algunos de los indígenas, éstos le dijeron a Quesada que el Zipa se escondía en Tenaguasá, adonde fueron los españoles con mucho sigilo, pero cuando llegaron, no hallaron a nadie.

 

-      Expedición española de reconocimiento

Habiéndose instalado los españoles en Funza, mandó Quesada dos expediciones para el reconocimiento del territorio. Al capitán Céspedes lo envió en dirección sur, y al capitán de San Martín lo envió hacia el occidente. Cinco días después, llegó el capitán de San Martín, informando que, habiendo bajado la cordillera por el poniente, se había encontrado con los panches, que eran en extremo feroces y belicosos, y que no bastarían los soldados españoles para someterlos. Así se convencieron los españoles de que las noticias que los muiscas les habían dado sobre la ferocidad de los panches no eran exageradas. Entre tanto, el capitán Céspedes recorría el sur, resultando muy afectado por el intenso frío del Páramo de Sumapaz. Por esta parte halló amplios cultivos de papa y manadas de conejos, que nunca había visto tantos. Cuando llegó a Pasca, envió un mensajero a Quesada, informándole que quería atravesar el valle de los sutagaos, en Fusagasugá, para entrar en la tierra de los panches. De inmediato partió el capitán San Martín para reforzarlo, uniéndosele en Tibacuy, en donde hallaron un destacamento de guechas que componían la fuerza permanente del Zipa en la frontera con los panches. 

 

-      Expedición contra los panches

Los guechas de Tibacuy recibieron de buena gana a los españoles, sobre todo cuando se enteraron de que tenían la intención de combatir a los panches, acérrimos enemigos de los muiscas. Sin embargo, los guechas advirtieron a los españoles que los panches comían carne humana y bebían la sangre de sus enemigos. Hechas estas advertencias, partieron los españoles en la vanguardia y los muiscas en la retaguardia, atravesando la sierra que divide el valle de Fusagasugá de las vertientes de los ríos Pati y Apulo. Los españoles protegieron sus armaduras con otras hechas de planchas de algodón compacto, como las de los guerreros muiscas, para protegerse de los dardos envenenados de los panches. Con muchas dificultades lograron vencerlos, resultando heridos seis españoles y tres caballos.

 

-      Los españoles parten hacia el Zacazgo

Después de que regresó la expedición contra los panches, llegaron a Funza unos indígenas cargados de abundantes esmeraldas, a los que Quesada les preguntó sobre el origen de aquellas piedras preciosas. Ellos le contestaron que las traían del nordeste. Entonces, como Quesada estaba desilusionado de no haber hallado el tesoro de Tisquesusa, decidió partir hacia la dirección que le habían indicado. Abandonaron los españoles Bacatá, atravesando Guasuca (actual Guasca), en donde fueron recibidos con veneración; continuaron hacia Guatavita y llegaron a Chocontá, frontera del Zipazgo con el Zacazgo. Allí preguntó Quesada por la morada del Zaque, pero aunque Chocontá era territorio del Zipa, no le quisieron decir nada sobre el paradero de Quemuenchatocha.

 

Llegados los españoles a Turmequé, Quesada encomendó a Pedro Fernández Valenzuela para que buscara las minas de esmeraldas; a los pocos días llegó Valenzuela con la noticia de que había hallado unas minas en Somondoco. Partieron entonces, pasando por Icabuco y el valle de Tenisuca (actual valle de Tensa). Hicieron alto en Garagoa mientras Quesada enviaba al capitán San Martín a traer noticias de los llanos, pensando que quizás serían tierras más ricas y pobladas que las de la cordillera. Diez días después, regresó el capitán con la noticia de que el paso hacia los llanos era impracticable por aquella parte; siguieron entonces el camino hacia el norte hasta que llegaron a Iza, donde se disponían a buscar un nuevo camino que los condujera hacia los llanos. Después de librar dura batalla contra el Cacique Tundama, y de derrotar al Zaque e invadir Suamox (hoy Sogamoso), decidieron los españoles volver a Bacatá.


-      Regreso de los españoles a Bacatá

Una vez de regreso en Bacatá, a finales de 1537, Quesada se instaló de nuevo en el palacio del Zipa, en Funza, en donde hizo el repartimiento del botín recogido en las provincias del Zacazgo. El Quinto Real (la parte destinada a la Corona Española) fue de 40.000 pesos de oro fino, 562 esmeraldas grandes y una cantidad indeterminada de oro de baja ley. A cada soldado de infantería, Quesada le dio 20 pesos; a los de caballería les dio el doble; a los oficiales, el cuádruple; para sí mismo, tomó Quesada siete porciones, y nueve para el Adelantado Lugo, que Quesada tomó para sí luego de enterarse de la muerte de aquel. También se distribuyeron algunas gratificaciones entre quienes se habían distinguido por alguna hazaña en particular. Entre tanto, los partidarios del Zipa habían reanudado los ataques contra los españoles, hasta que éstos lograron capturar a algunos de los atacantes. En seguida los sometieron a tortura, a fin de que confesaran en dónde se escondía el Zipa. Todos murieron sin decir nada, pero el más joven de todos habló y confesó que el Zipa se escondía en el "Cercado de Piedra" de Facatativá (probablemente se trate del lugar conocido en la actualidad como las "Piedras del Tunjo").

 

-      Muerte del Zipa

Quesada partió por la noche hacia Facatativá, acompañado por sus mejores hombres; finalmente, encontraron el campamento del Zipa y emprendieron el ataque de inmediato. Los guechas de Tisquesusa, sorprendidos por el inesperado ataque, lanzaron flechas encendidas contra los españoles para intentar darle tiempo de huir al Zipa, pero, por la confusión del momento, Tisquesusa salió a correr en medio de la oscuridad, entre los matorrales, hasta que el soldado Alonso Domínguez, sin saber que se trataba del Zipa, le atravesó el pecho con una espada. Al ver las ricas vestiduras y accesorios que llevaba, el Domínguez lo despojó de todo, dejándolo desnudo y agonizando, ahogado en su propia sangre. Al día siguiente, los servidores de Tisquesusa encontraron su cuerpo luego de ver gallinazos volando en el sector. Enseguida lo levantaron y se lo llevaron cuidadosamente, dándole sepultura en un lugar desconocido. Entre tanto, los españoles, furiosos por no haber hallado el tesoro de Tisquesusa, sino sólo algunas alhajas propias de la vestimenta diaria, una vasija de oro en la que el Zipa se lavaba las manos y muchos aprovisionamientos de comida, regresaron decepcionados a Funza, y sólo algunos días después se enteraron de que el Zipa había muerto aquella noche. Ante la debilidad de Chiayzaque, cacique de Chía y legítimo sucesor de Tisquesusa, Zaquesazipa asumió el mando del Zipazgo.




 

-      La princesa Usaca

Tisquesusa tenía tres hijos: La princesa Machinza, que era la mayor, el príncipe Hama, y la princesa Usaca, la menor. Cuando el Zipa fue asesinado, los tres príncipes fueron conducidos por sus súbditos en secreto a un pequeño poblado del norte de la Sabana de Bogotá. Cuando los españoles se enteraron, emprendieron el asedio de aquel sitio, bajo el mando del capitán Juan María Cortés. Cuando llegaron, la princesa Usaca salió del cercado, dispuesta a enfrentarse a los españoles. La gran belleza y la actitud altiva de la princesa dejó hondamente impresionado al capitán Cortés, quien de inmediato ordenó detener el asedio. Poco después, el capitán Cortés y la princesa Usaca se casaron y residieron en aquel poblado, que desde entonces fue llamado Usaquén, en honor a la princesa, y que significa "Tierra del Sol". Fray Domingo de las Casas ofició la boda, y el territorio de Usaquén fue asignado como encomienda al capitán Cortés. 

 

Bibliografía

-      Uricoechea, Ezequiel (1871). Gramática de la lengua muisca - Introducción. París

-     Hernández Rodríguez, Guillermo (1949). De los Chibchas a la Colonia y la República. Ediciones Paraninfo Bogotá. 

-      Restrepo, Vicente (1893). Los chibchas antes de la conquista española. Imprenta La Luz, Bogotá.

-      Wikipedia, extractos e imágenes de los zipas

-      Bohórquez Roa, Andrés Camilo: ilustraciones