Saturday, January 30, 2021

Coplas populares cundiboyacenses

Las coplas es un género musical popular, muy sencillo, el cual recoge en cuartetas o estrofas breves una expresión del sentir del campesino colombiano respecto de sus amores, o de su pensamiento politico y religioso.

A continuación se transcriben 38 coplas, muy conocidas en la región cundiboyacense, que se han convertido en lenguaje del pueblo:



Aquellos ojitos negros

ya me tienen atontao,

porque me miran seguido

y miran de medio lao.

 

Ojos de Santa Lucía

qui alumbran toda la mar,

no me mires tan seguido

porqui al jin me hacés llorar.

 

Ojos de Santa Lucía,

ojos me niñ’ amada;

cada vez que salgu ajuera

les dirij’ una mirada.

 

Ojos de Santa Lucía,

qui alumbran toda la playa;

qué bonitos ojos negros;

lástima que yo me vaya!

 

Tus ojos, bella paloma,

tienen pleito con el sol:

porq’ el sol es uno solo,

tus ojos, dos soles son.

 

Vos sabés y no sabés

esimular los antojos;

decís que no me querés,

pero se te van los ojos.

 

Tenés tan lindos ojitos…

Regalámelos a mí,

a ver si por medio d’ellos,

me querés como yu a ti.

 

Este niñu es muy juicioso

y yo me muero por él;

sus ojitos mi arrebatan

y su boquita tamién.

 

Luceritos son ojitos,

candelillas, candelillas;

me gusta salir al alto

solo para ver cómo brillan.



Salg’ el sol, salga la luna, 

salgan todas las estrellas, 

y que salga mi chatica 

en medio de toas ellas.

 

Si es el sol y si la luna, 

se dentran a tu casita; 

yo no me puedo dentrar 

sin permisu ‘e tu mamita.

 

Cuando paso por el alto 

me pongu a mirar el sol 

y le digo: “¡Q’ es la vaina, 

que jué tanta mirazón?”

 

Nu importa que siás morena, 

te lo digo, vida mía:

 yo quisiera ser el sol 

pa’ mirarte todu el día.

 

Hasta del sol tengo celos 

cuando sale muy brillante: 

me parece que madruga

solamente por mirarte.

 

Cuando sal’ el solecito 

y alumbra tu cabellera, 

me provoca desajiarlo

y pegarle si pudiera.

 

‘Mano sol salió contento 

pa’ la tierra guayatuna 

porque creyó q’ en las jiestas

estaba la niña luna. 

Me convidan las estrellas 

a las bodas de la luna: 

quesque se quere casar 

con el sol la gran jijuna.

 

A las jiestas en el sol 

me convidab’ un lucero: 

tanta pena que me daba, 

yo soltera y él soltero.

 

 

Yo me voy, no me pregunten

me voy a bodas al cielo; 

soy estrella solitica 

y me voy con un lucero.

 

Me pusi a contar estrellas 

y topí una menuíta; 

que julleros son los hombres 

cuando ven a una bonita.

 

Los luceros en el cielo 

caminan de dos en dos: 

así se mueven mis ojos 

cuando te miran a vos.

 

Las estrellas en el cielo 

sale una, salen dos: 

así salen mis suspiros 

cuando me acuerdo de vos.

 

D’entre todas las estrellas 

me gustan aquellas dos, 

porqui al verlas tan junticas 

al momento piensu en vos.

 

Tan bonito q’ es el cielo 

con estrellas menuítas; 

tan bonito q’ es el hombre 

entre muchachas bonitas.

 

Las estrellas en el cielo 

van andando di un’ en una; 

así caminara yo 

a los rayos de la luna.

 


Yo me salgo de Guateque

y paso por Machetá;

y echando pata con juicio

voy a dar a Chocontá.

 

Desde Guatequi hasta Suta

es esto lo que gastás:

a caball’ un trisitico,

y a pat’ un trisito más.

 

Sali uno de Sutatenza

y al momento ‘ta en Guateque;

pero tiene q’ ir armao:

si nó, le ponen pereque.

 

Me queriá matar un indio

en la plaza de Guateque,

solo por haberle dicho

que no pusiera pereque.

 

Naranjas hay en Guateque,

en Suta y en Guayatá;

par’ hallar indias bonitas,

lo mismu es aquí qui allá.

 

Pa’ chirimoyas, Guateque;

pa’ naranjas, Machetá;

para muchachas bonitas

Somondocu y Guayatá.

 

En Chiquinquirá, la gloria;

en Bogotá, medio cielo;

en Tunj’ es el purgatorio

y en Sogamosu el injierno.

 

Cuandu el diablo ‘ta de gusto

se v’ a jiestas a Monguí,

a bailar con las doncellas

y a comer con hartu ají.

 

Cuandu el diablo ‘t’ álgo triste

se va para Turmequé;

las niñas le sirven chicha

y le dicen Su mercé’.

 

El q’ iba pa’ Chinavita

le diju al de Tibaná:

“Si las niguas se li acaban,

los sotes ya van p’allá.

 

Dicen que nu han levantao

la torr’ en la Trinidá’;

pero los vecinos dicen

que l’arán, l’arán, l’arán.

 

Peliando yu en Palonegro

me tiraron un balazo;

si tantico me descuido

me rompen el calabazo.

 

Se murió Simón Golívar

más allá de Bogotá;

y áhi tenemos su recuerdo:

la Patr’ y la libertá’.

 




Friday, January 15, 2021

Mercados e intercambios entre los Muiscas



Como continuación del post titulado “Agricultura Muisca”, publicado en este blog el 8 de enero pasado, se describen a continuación los principales centros de mercado muiscas, antes y durante la conquista española, y los intercambios de productos que sirvieron de mecanismo de integración entre las principales tribus o etnias chibchas que poblaron el centro del país. Las fotografías que acompañan la narración han sido tomadas del libro escrito por Mercedes Medina de Pacheco[1], Miembro de Número de la Academia Boyacense de Historia, mientras que el texto ha sido elaborado con base en el libro sobre los Muiscas, escrito por Carl Henrik Langebaeck[2], Profesor de la Universidad de Los Andes.

1.     Excedentes agrícolas


Los muiscas fueron exitosos en su agricultura, logrando obtener acumulación de excedentes, los cuales almacenaban para luego repartirlos según las necesidades en su comunidad. Para la siembra y la cosecha de sus cultivos y labranzas, celebraban reuniones con ánimo festivo; los caciques de tribus vecinas se invitaban mutuamente para dichos eventos, en los cuales se ofrecían presentes de oro y mantas principalmente. En esas celebraciones los indios llevaban a su cacique algodón en bruto, collares, cueros de animales, mochilas, coca o leña; por lo tanto el cacique recibía gran cantidad de artículos, pero los indios también recibían de su cacique regalos, y era frecuente que los indios regresaran a sus bohíos con más artículos de los que habían llevado. 



Según narración de Fray Pedro Simón, “…en los meses de enero, febrero y parte de marzo en las cabas de las labranzas…se convidaban alternativamente unos caciques a otros, haciéndose grandes gastos y presentes de oro y de mantas y de su vino”. Por otra parte, en tales celebraciones se hacían competencias deportivas, y los ganadores recibían premios del cacique, tales como seis mantas al ganador, cinco al segundo, cuatro al tercero, y así a los demás. Según una carta que dirigió Fray Pedro de Aguado a la Corona Española en 1577, decía que “el oro y las mantas que reciben los caciques durante las fiestas lo ofrecen luego a los demonios, echándolo en una laguna honda de donde jamás pueden sacarse”. 



Según otras fuentes, se sabe que el Cacique de Tota tenía unas mujeres dedicadas a hilar algodón, para poder cumplir con las exigencias del encomendero del lugar; también el Cacique de Teusacá afirmaba en 1593 que tenía varias mujeres de servicio para que hicieran de comer a sus súbditos, ya que en esa medida eran obedecidos y mostraban su grandeza; y hacia 1599 un indígena principal de Lenguazaque afirmaba que su cacique tenía un bohío para guardar plumas de guacamayo, las cuales repartía entre su tribu cuando llegaba de visita un oidor español, y al final de la visita las volvía a guardar en ese bohío. 


Mediante la centralización en la acumulación de  excedentes a nivel de cada cacicazgo o de confederación, se facilitaba el acceso a productos de otros lugares con diferente clima; por ejemplo, los cacicazgos con acceso a la coca en el cañón seco del río Chicamocha, entregaban parte de su producción al Cacique de Duitama, cuya sede era en tierra fría; le traían yopa y totumas, guacamayos y papagayos que resultaban ser exóticos en dichas tierras. También la acumulación de excedentes en manos de los caciques, permitía distribuir comida de origen agrícola, a aquellas zonas a las cuales les faltaba. Según Hermes Tovar, investigador de la Universidad Nacional, en una publicación de 1980 titulada “La formación social chibcha”, los indígenas de Sisativa daban turmas y frijoles al Cacique de Bogotá; los de Soatá y Onzaga  entregaban batatas y yucas al Cacique de Duitama, y los de Teusacá, maiz y turmas a su cacique.


2.     Carne y pescado


No obstante los muiscas eran eminentemente agricultores, complementaban su alimentación con productos de origen animal que obtenían mediante la cacería de venados y la cría de animales mamíferos, principalmente los curies. Las jornadas de cacería involucraban a muchos aborígenes, que se armaban de lanzas, tiraderas, macanas y flechas. 





En materia de pesca, los muiscas tuvieron un avance notable con el uso de zanjas y corrales, y los de Fontibón hacia 1605 dijeron que siempre habían tenido ciertos hoyos y pesquerías que venían de sus antepasados.


3.     La sal


Tal vez el principal artículo de intercambio de los muiscas fue la sal, no tanto para la conservación de carnes sino como elemento de consumo necesario para el organismo humano, pues los animales que consumían ya traían este elemento y además era ocasional su consumo. Más bién la sal la usaban como elemento de intercambio con otras tribus, y también porque era importante para los españoles, quienes la buscaron casi como perseguían el oro. Según el historiador español Demetrio Ramos, al llegar Gonzalo Jiménez de Quesada a la Sabana de Bogotá, exclamó: “…sal ay ynfinita, porque se haze allí, en la mesma tierra de Bogothá, de unos pozos que ay salados anaquella tierra a donde se hazen grandes panes de sal y en grande cantidad”.


Los muiscas aprovechaban que en en diferentes zonas de sus territorios había fuentes de aguasal, las cuales mediante evaporación las transformaban en bloques compactos que se destinaban al consumo de las comunidades muiscas y los excedentes los intercambiaban. Las principales zonas donde se encontraban estas fuentes de aguasal estaban en Zipaquirá, Nemocón y Tausa, todas en la Sabana de Bogotá. También había salinas en Gachetá, que le pertenecían al Cacique de Guatavita, y en Vijua, territorio tegua sujeto al Cacique de Tota, cerca a las llanuras del Casanare. Algunos cronistas sostienen que los indígenas que habitaban Mariquita obtenían sal de los muiscas a cambio de oro, y que los de Pasca llevaban ese producto a los grupos indígenas que habitaban en el valle del río Magdalena. En 1628 un indígena panche, cuya comunidad había sido agregada a Pacho, sostenía que los indios muiscas les traían maiz, sal y turmas a cambio de algodón y posiblemente oro.


Según los mismos cronistas ya citados, las comunidades productoras de sal la intercambiaban por comida, aunque los muiscas eran autosuficientes en alimentos, pero muy posiblemente recibían también leña y cerámica a cambio por la sal, dado que tales artículos se consumían en grandes cantidades para la evaporación del agua-sal. También recibían a cambio mantas, aunque ellos sabían elaborarlas, pero seguramente no disponían del tiempo requerido para producir todas las que necesitaban.



4.     El oro


Cuando llegaron los conquistadores españoles, el saqueo del oro fue el principal aliciente en su proceso “descubridor”, ya que lo encontraron prácticamente en todos los asentamientos indígenas. Por lo tanto, el saqueo y el pillaje fueron las principales actividades emprendidas por los conquistadores, mediante el uso de las armas. El botín fue particularmente significativo en Tunja, Sogamoso y en la Sabana de Bogotá, pero una vez terminado el saqueo se dieron cuenta de que los lugares donde explotaban el oro no estaban en el Altiplano, y que los muiscas lo obtenían mediante el intercambio de excedentes con las tribus asentadas en las tierras más bajas. 



Un punto importante a resaltar acerca del intercambio del oro, es que los encomenderos exigían que el tributo que ellos recaudaban a la Corona Española fuese principalmente en este metal, pero el oro empezó a escasear, y los indígenas insistieron en que se les permitiese entregar otros productos en lugar del oro, lo cual fue aceptado por los encomenderos, ya que ésto les favorecía pues podían vender más libremente estos artículos, por lo general mantas, sin tener que declararlos a la Corona. Fray Pedro Simón sostenía que la mayor parte del oro que poseían los muiscas era originario de los dominios panches, y que “eran tan ricos que cambiaban el oro con los muiscas a cambio de mantas, sal y otras cosas”. Además sostenía que los agataes llevaban oro de sus propios territorios al mercado de Sorocotá. 


Según un testigo indígena de Tibacuy, la coca era el principal artículo de trueque por el oro. Los panches y los muzos parecen haber sido los principales abastecedores de oro de los muiscas; ellos lo conseguían en Ubaté,  Zipaquirá y Tausa, y con este product, harina de trigo y gallinas, conseguían oro en territorio muzo, Santa Fe y Tunja. En 1593 los indios de Teusacá probablemente conseguían el oro en los territorios de los panches, y “van a los mercados de Santa Fe, Suesca, Ubaté y los demás mercados circundantes” a intercambiar algodón por oro y mantas comunes. En 1602 los indígenas de Paipa conseguían en Tunja el oro a cambio de coca, y luego buscaban algodón en los territorios de Vélez, donde lo cambiaban por mantas y oro.


Otros intercambios importantes fueron: hacia 1593 los indígenas de Soatá daban maiz, turmas y frijoles a cambio del oro, el cual usaban para adquirir mantas. Los indígenas de Súnuba intercambiaban maiz, coca, ají, turmas, algodón, batatas, auyamas, yucas y piñas, por oro. Los indígenas de Tausa obtenían el oro a cambio de sal; los de Sisativa daban oro a cambio de pescado, hierba, leña, mantas, coca y algodón; y los indígenas de Pausagá usaban sus excedentes agrícolas para venderlos y así poder comprar oro.


5.     La cerámica




Los españoles al llegar a los territorios muiscas calificaros a los indígenas como “olleros”, ya que gracias a los yacimienos de arcilla  en distintos lugares de la cordillera oriental se les facilitó la elaboración de cerámica. Los principales pueblos de olleros que encontraron los españoles fueron Ráquira y Tinjacá, que quedaban cerca a la laguna de Fúquene. Los documentos coloniales existentes citan la visita realizada a Busbanzá y Tobón en 1602, en la cual encontraron “gachas y ollas de barro”, las cuales intercambiaban por coca y algodón en los mercados de Sogamoso y Duitama. En el año 1600 los indígenas de Cogua cuando fueron trasladados a Nemocón, continuaron usando los yacimientos de arilla localizados en su territorio original. También los indígenas de Gachancipá, de acuerdo con testimonio del Cacique local, “la loza de barro que tienen para uso y trato son gachas, ollas, múcuras y otras vasijas, las llevan a vender a Santa Fe, a Tunja, a Zipaquirá, y a Nemocón, para proveer aquellas salinas de gachas y ollas para cocer sal”.



Otro cacicago muisca que pudo ser alfarero es Cajicá, ya que según el cura párroco en 1603 declaró que sus habitantes acostumbraban llevar ollas a Pacho y a territorios de los panches donde adquirían algodón, y a Fusagasugá donde las intercambiaban por coca. Por hallazgos arqueológicos se ha encontrado que otros pueblos olleros fueron el Valle de Tenza donde elaboraban vasijas especiales para ceremonias, que luego llevaban a sitios distantes, como Pasca, Guasca, Buenavista, Tocancipá en territorio muisca, y Oiba y Charalá en territorio de los guanes.


6. Cabuya y leña


Siendo el fique una planta que prospera en los climas templados principalmente, lo más probable es que casi todos los cacicazgos muiscas la cultivaban, y de ella extraían fibra para elaborar pitas y sogas que eran muy importantes para el transporte y el intercambio de productos.


Por otra parte, teniendo en cuenta el método de cocción de alimentos que usaban los muiscas era mediante el fuego al aire libre, es natural suponer que utilizaban grandes cantidades de leña. Igualmente, es de suponer que en la elaboración de cerámica y en la producción de sal también consumían mucha leña.


Según el Archivo Histórico Nacional, en el año 1593 algunos indígenas de Teusacá "venden leña y otras cosas y de lo producido de ello...juntan algún oro y mantas con que compran algodón" tal vez en Ubaté, Santa Fe o en el territorio de los panches.


7. Totumos


Según excavaciones arqueológicas realizadas en Zipacón, el uso de recipientes de origen vegetal parece ser muy antiguo en tres los indígenas del Altiplano. Al respecto, el cronista Fray Alonso de Zamora al referirse a unos árboles de hermoso verde, decía en 1701: "Los indios los llaman Totumos, y a su fruto, que es en forma de calabazas; algunos tan grandes, que cabe lo mismo que en una botija, y sirven lo mismo que las vasijas de barro". En cuanto al intercambio de este producto, solo se tiene evidencia de que se realizaba en Támara y Tecasquirá en los Llanos Orientales; los intercambiaban junto con otros productos, por mantas.


8. Miel y cera de abejas


Los muiscas utilizaban la La miel de abejas en la elaboración de bebidas embriagantes (guarapo y chicha), mientras que la cera la usaban como materia prima en la elaboración de figuras de oro, y también para decorar artículos suntuarios que se depositaban junto a cadáveres momificados en cuevas o tumbas. La recolección de la miel se realizaba principalmente en algunas zonas de la cordillera oriental, y posiblemente se transportaba desde territorios vecinos para efectos del intercambio. De todas maneras este artículo estaba incluído dentro de los productos que los indígenas debían dar a sus encomenderos.


El encomendero era una persona con mucho dinero y con poder en la sociedad colonial, pues las cantidades de tierra dadas para las encomiendas solían ser muy grandes y de gran productividad. Los indígenas encomendados tenían la labor de trabajar la tierra y producir. Los encomenderos también pagaban impuestos a la corona en proporción a lo que recibían del trabajo de los nativos. El encomendero tenía numerosas obligaciones, de las cuales las principales eran enseñar la doctrina cristiana y defender a sus encomendados.


Conclusiones 


Los indígenas muescas tenían un patrón de poblamiento disperso, y a la vez móvil, que les permitía a los caciques dominar simultáneamente tierras de cultivo en diferentes pisos térmicos, de tal manera que combinaban muy bien las ventajas de los climas frío y templado. De esta manera fueron hasta cierto punto autosuficientes para sus necesidades alimenticias, sin tener que acudir al intercambio con otras etnias, excepto para la adquisición de artículos suntuarios.


Por otra parte, no se puede decir que los muiscas utilizaban el esquema de tributo en sentido estricto, como sí lo tenían los españoles que era efectivamente un “impuesto” que se cobraba a través de la figura de las encomiendas. Más bien se debe hablar de una centralización y redistribución de la producción de excedentes, que también se utilizaba en parte para rituales y ofrendas colectivas a sus dioses.


En cuanto a las visitas de intercambio que realizaban entre sí las distintas tribus o etnias indígenas, se pueden considerar más bien como un medio o proceso de integración, ya que usaban la misma lengua chibcha, y no solo compartían el mismo idioma sino también el mismo ambiente de montañas, altiplanicies y cordillera, y además tuvieron un origen común.


Es así como las cuatro grandes confederaciones muiscas: Bogotá, Tunja, Sogamoso y Duitama, más los cacicazgos independientes, las capitanías teguas del Piedemonte Llanero, los guanes, laches, chitareros y sutagaos, compartían el acceso a sus respectivos territorios, no solo con el objetivo de intercambio de productos, sino también con el de participar en ceremonias colectivas propiciadas por la unidad linguística y cultural.


A manera de conclusión final, se podría afirmar que mediante el dominio de los muiscas sobre las altiplanicies o tierras frías que tiene la Cordillera Oriental, más el intercambio de productos excedentes con otras tribus, se fomentó un proceso de integración étnica.



[1] Mercedes Medina de Pacheco, Los Muiscas – Verdes labranzas, tunjos de oro, subyugación y olvido”, Academia Boyacense de Historia y Fondo Mixto de Cultura de Boyacá, Tunja, 2006.


[2] Carl Henrik Langebaeck, “Mercados, poblamiento e integración étnica entre los Muiscas”, Colección bibliográfica del Banco de la República, Bogotá, 1987.