Monday, February 22, 2016

Mitología Muisca


Sobre el origen de la raza humana, la civilización Muisca tenía un mito que fue narrado originalmente por Fray Pedro Simón diciendo que una vez creadas todas las cosas, apareció saliendo de la laguna de Iguaque una mujer llamada Bachué, quien llevaba de la mano a un niño de unos tres años, e hicieron una casa donde vivieron hasta cuando el muchacho tuvo edad para casarse con ella. La mujer fue tan prolífera que de cada parto paría cuatro o seis hijos con que vino a llenar toda la tierra de gente. Después de muchos años estando la tierra llena de hombres y los dos ya muy viejos, se volvieron al mismo pueblo, y convirtiendose ella y su marido en dos grandes culebras, se metieron por las aguas de la laguna, y nunca más aparecieron (1).



Otro de los mitos más conocidos y fascinantes que crearon los Muiscas es el relacionado con Bochica, un maestro civilizador que les enseñó muchas cosas prácticas que les ayudaron en su forma de vida. Por ejemplo, les enseñó a hilar el algodón y a tejer mantas, reemplazando así el vestido usado desde los tiempos de Bachué; pero también Bochica les inculcó principios morales que eran afines con los preceptos que les enseñaban los predicadores que venían con los conquistadores. Al respecto dice el autor del libro Los Muiscas (1) que Bochica “recorrió los dominios de Fómeque, Quetame, Fosca, Ubaque, Chipaque, Cáqueza, Zipacón, Bosa y Soacha predicando sus doctrinas de veneración a Dios y amor a los hombres; y les habló de la vida del espíritu más allá de la muerte.”

Existe otro mito Muisca que tiene que ver con la inundación de la sabana de Bogotá, que de alguna manera se asemeja al diluvio universal del que trata la biblia. En este caso, el castigo provino de un dios llamado Chibchacum, quien trajo los ríos de Sopó y Tibitó y les anegó las tierras a los muiscas. Entonces ellos acudieron al dios Bochica mediante una ofrenda generosa en su templo, y "él  con una vara de oro en la mano la arrojó hacia el Tequendama, y abrió aquellas peñas por donde ahora pasa el río" Bogotá.

Otro mito relacionado con el del salto del Tequendama, es narrado por el cronista Pedro Simón diciendo que Bochica castigó a Chibchacum por la inundación que provocó en la sabana de Bogotá, “obligándolo a llevar para siempre el mundo sobre sus hombros”. Por esto los indios creían que “cuando temblaba la tierra era porque Chibchacum la cambiaba de hombro” (2)

En la siguiente ilustración tomada del extraordinario mural pintado sobre madera por el maestro Luis Alberto Acuña que decora bellamente la recepción del hotel Tequendama en Bogotá, aparecen tres de los dioses mencionados: en el centro aparece Bochica o Nemqueteba, gran legislador, maestro de artes y oficios y gran civilizador; a la izquierda aparece Chibchacum, dios de las lluvias que traicionó a su pueblo, por lo cual fue condenado a soportar el peso del universo encima de sus hombros; y a la derecha aparece Chaquén, dios guerrero y protector.


Dice el mismo autor que Bochica “durante años recorrió el territorio buscando los sitios adecuados para su práctica enseñanza; escogiendo tierras para alfarería llegó a Gachaneca, Gachancipá, Gachalá, Ráquira, Tinjacá, Tutsá, Gachantivá, Betéitiva, y Morka, donde sus propias manos enseñaron a caciques y principales señores la modelación de la arcilla, apareciendo la industria de las gachas (ollas) tan útiles en la vida indígena para la cocción de los alimentos y la fermentación de chicha; los chorotes que no solamente servían para transporte de agua, sino como cofre de las riquezas familiares, y la insustituíble múcura que con su estrecho cuello sabía retener la fácora (bebida) hasta en los sepulcros, para suavizar los rigores del largo camino del más allá de la muerte” (2).



Fray Pedro Simón narra otro mito Muisca acerca del más allá, diciendo que “los muiscas creían que después de la muerte la persona tenía que viajar a un mundo igual a éste, con bohíos y sementeras y trabajo por hacer, pero sin enfermedades ni sufrimientos. Para llegar a ese otro mundo tenían que atravesar un río en barcas construídas con telas de araña; de ahí que miraran a estos animalitos como sagrados y tenían la prohibición de hacerles daño. Después de atravesar ese río, la persona tenía que andar por caminos de arcilla durante varios días y por eso era necesario que la enterraran con sus viandas que consistían ante todo en una vasija de barro llena de chicha y en otros alimentos como arepas y bollos de maiz.

En la mitología muisca no se habla de castigo eterno, sino de un tranquilo edén en donde seguirían viviendo para siempre una vida normal y pacífica, con lo cual revelan una mentalidad en armonía con la naturaleza y un pensamientomque valoraba lo recto. Llegó a tal punto esta afinidad de principios, que el propio Fray Pedro Simón, tal vez el cronista más conocido y respetado de la conquista española, llegó a sugerir que el llamado Bochica “pudo haber sido un Apóstol de Cristo que vino a América a predicar su doctrina” (2).

Fuentes:
(1)  Los Muiscas – Su vida, tradiciones y leyendas, Julio Roberto Galindo, Opciones Gráficas Editores Ltda., 2011.
(2)  Los Muiscas – Verdes labranzas, tunjos de oro, subyugación y olvido, Mercedes Medina de Pacheco, Academia Boyacense de Historia, Buhos Editores, 2006.

Sunday, February 7, 2016

Minería del Carbón en Suesca

Introducción

A continuación deseo narrar lo que conocí de manera directa acerca de la exploración y explotación de minas de carbón en la empresa “Carboneras San Rafael”, en la vereda de San Vicente, municipio de Suesca, Cundinamarca. Esto lo presencié acompañando a mi padre (Rafael Agapito Palacios Sánchez, q.e.p.d), cuando yo era un niño de 6 a 12 años (1954-1960), y un joven de 13 a 16 años (1961-1964), durante las vacaciones del colegio.

Mi padre se inició en la minería colaborando con su cuñado Abelardo Cortés Guáqueta, con quien tenían en sociedad las “Minas de Carbón ABC” de su propiedad, y las “Minas de Carbón San Rafael” de propiedad de mis padres; asistía a la mina normalmente todos los días de lunes a sábado, desde tempranas horas de la mañana. Allí entraba en contacto con los obreros y los empleados de la mina, tanto dentro de los socavones como fuera de ellos; recibía el reporte del estado de los trabajos de parte del capataz, revisaba las cuentas con los conductores, entraba a la mina a dirigir y supervisor los trabajos, o a tomar medidas para calcular los pagos a los empleados; arreglaba los “cabrestantes” cuando se dañaban; hacía mecánica en los camiones cuando fallaban o se varaban; y coordinaba las obras de albañilería que se estuviesen llevando a cabo.


Algunos trabajadores que laboraban dentro de la mina, madrugaban  a eso de las 2 o 3 de la mañana, pues, así les rendía más el trabajo y podían dedicar más tiempo al cuidado de sus hogares o de sus parcelas. Cuando nosotros llegábamos a la mina hacia las 7 de la mañana, luego de un viaje de casi tres horas desde Bogotá, ellos ya salían del trabajo con su ropa sucia y la cara tiznada. El principal distintivo de su calidad de mineros era su lámpara de carburo, que llevaban normalmente prendida al sombrero, o al casco si lo tenían. En esa época no se usaban linternas, ni tampoco bombillas eléctricas para alumbrar las minas.


Técnicas: 

Como lo decía un informe del Censo Minero del Carbón (1), “En general todos los mineros tienen un conocimiento empírico de la forma como organizar una explotación minera a nivel de pequeña minería, labor que desempeña invariablemente bajo la técnica adquirida por tradición familiar, siendo reacios a admitir cualquier variación a la misma dado que su técnica la consideran optima”.

La principal máquina que se usaba en ese entonces, eran motores de carros viejos o estrellados, que se instalaban de manera fija, y la única parte que tenía movimiento eran las ruedas traseras, a las cuales se les envolvía (sobre los rines) un cable de acero, el cual jalaba unos carros o vagones metálicos o de madera, que tenían ruedas de acero y se movían sobre rieles parecidos a los del ferrocarril, pero más delgados y livianos. A estas máquinas se les llamaba “cabrestantes” (o cable-estantes, seguramente por la función que cumplían de jalar el cable de acero, pero estaban estáticos, pues se aseguraban al piso con troncos de madera, para que no se movieran, salvo sus ruedas traseras que estaban levantadas y así no había movimiento). Estos motores operaban con gasolina corriente, la cual se transportaba y almacenaba en canecas.

En algunas minas con escasos recursos técnicos, se utilizaban yuntas de bueyes para jalar el cable de acero, el cual arrastraba el carro con el carbón, la laja, o la tierra que se extraía del subsuelo a medida que avanzaba la exploración subterránea. En ocasiones se extraía agua de las minas, cuando los mineros encontraban pozos subterráneos que no les permitían trabajar en las vetas de carbón; en estos casos se usaban canecas metálicas, en lugar de carros, para extraer el agua. Obviamente la operación de extracción de la tierra, laja o carbón era más lenta cuando se usaban bueyes en lugar de motores de gasolina, y quien guiaba a los bueyes era normalmente un muchacho sin mayor educación, mientras que en el caso del operador del motor (“motorista”) debía tener un mínimo de conocimientos técnicos sobre los motores de combustión y el manejo del “clutch”, el acelerador y el freno, aunque no requerían tener pase de conducción.

En cuanto a las lámparas de carburo que utilizaban los trabajadores para alumbrar el camino cuando entraban a la mina, es de señalar que el carburo se les suministraba por el empresario, quien lo adquiría por canecas. Las lámparas eran fáciles de cargar y de operar, dándoles buena visibilidad a los trabajadores; tan solo requerían llenarles un compartimiento interno con agua, la cual al entrar en contacto con el carburo generaba el gas que permitía activar la llama al operar el encendedor de la boca de la lámpara. Antiguamente, la lámpara de carburo debía comprarla el trabajador, aunque un tiempo después se acostumbró que el patrono se la suministraba al empleado durante su permanencia en la empresa. Estas lámparas se preferían por razones de seguridad, ya que se apagaban al encontrar gas metano que era perjudicial para la salud, de tal manera que le avisaban al trabajador para que no entrara en esas zonas de peligro.

Otro elemento tecnológico muy importante para explotar las minas de carbón, era la dinamita, la cual era provista por el empresario, quien la adquiría a través de la industria militar, siguiendo unos procedimientos y unos controles muy estrictos. La industria militar en una época estaba ubicada en el Cantón Norte en Bogotá, pero posteriormente fue trasladada al barrio Meissen, en las afueras de la ciudad cerca a Soacha. Al comprar la dinamita, el empresario se hacía responsable por su adecuado uso, y la suministraba al trabajador que la necesitara según la función que realizaba. Por ejemplo, la usaban los picadores cuando tenían que buscar la veta, o “desmanchonar”, o cuando el carbón era muy duro y resultaba improductivo extraerlo solo con pica. Los tacos de dinamita eran barras gelatinosas encapsuladas en papel parafinado, que se le entregaban contados junto con los fulminantes y la mecha correspondiente, al trabajador quien debía firmar o poner su huella dactilar sobre unos libros o formatos que reposaban en los archivos de la empresa para cualquier auditoría o investigación posterior que fuese necesaria.

Administración: 

En cuanto a la forma como estaba organizado el trabajo y las funciones que desempeñaban los trabajadores en la mina de carbón, eran las siguientes:
  • Picador: quien accionaba una pica para abrir hueco en la roca o en la tierra
  • Carretillero: quien operaba una carretilla para transportar carbón cerca
  • Llenador: quien con una pala o un trinche llenaba el carro, vagón o caneca
  • Motorista: quien operaba el motor para sacar los carros o canecas cargados
  • Bueyero: quien guiaba a una yunta de bueyes para jalar los carros o vagones
  • Patiero: quien descargaba los carros o canecas, y amontonaba el carbón
  • Herrero: quien afilaba las picas, usando brasas de carbón, un martillo y un yunque
  • Chofer: quien manejaba el camión del empresario o de quien compraba el carbón
  • Capataz: quien supervisaba y dirigía a los trabajadores de la mina.
Los pagos se realizaban en efectivo semanalmente, con base en las cuentas elaboradas por mi padre, en consulta con el capataz, para efectos de calcular los metros de avance, o los carros picados o carretillados, números que debían cuadrar con el número de viajes (camionados llenos, normalmente de 5 o 7 toneladas), bien fuera de cisco (gránulos pequeños de carbón), o de carbón propiamente dicho (bloques de diferente tamaño de mineral sólido). Algunos empleados trabajaban a jornal, y el único cálculo que se les hacía para el pago de su semana era el del dominical si habían trabajado la semana completa (6 días, de lunes a sábado); los otros ganaban según su producción (metros de bancada, carros o carretillas llenadas y transportadas, etc.).

Mi papá diariamente llevaba sus cuentas, las cuales él constataba y verificaba, bien fuera midiendo, o contrastando con los reportes del capataz o del empleado mismo. Para el día sábado mi padre ya tenía todas las cuentas consistentes, en un libro de pagos en el cual el trabajador firmaba si estaba de acuerdo con los cálculos y el dinero efectivo que se le entregaba. Los trabajadores siempre se consideraron bien remunerados, pues mi padre antes que quitarles un centavo, por el contrario les daba algo más, razón por la cual los trabajadores no vieron la necesidad de conformar un sindicato para la defensa de sus derechos laborales; estos derechos les fueron respetados y remunerados. Es de admirar el orden y la habilidad matemática que tenía mi padre, pues no se equivocaba en las cuentas, liquidaciones y pagos que hacía, y llevaba personalmente toda la contabilidad de la empresa.

Por otro lado, mi padre recibía personalmente los pagos de los viajes de carbón que se vendían en el patio, o del chofer que conducía el camión cuando éste era de propiedad de la empresa. Por lo tanto, contabilizaba los ingresos y las ventas de carbón que se hacían a los depósitos, los cuales repartían el carbón a domicilio en zorras, en la época en que aún se cocinaba con carbón mineral, o también se llevaban viajes de cisco a empresas industriales que lo consumían, como por ejemplo la Planta de Soda en Zipaquirá, o la Termoeléctrica en Tocancipá.

Una parte importante que debía tenerse en cuenta en la administración de las minas, era la parte del trabajo que no era productivo, ya que cuando se acababan las vetas (fallo), u ocurrían derrumbes o inundaciones, o se iniciaban trabajos exploratorios buscando la veta, lo que se sacaba de las minas no se vendía, pero si ocasionaba grandes costos en salarios de picadores, carretilleros, motoristas, patieros, más el gasto de madera, combustible, dinamita, etc. Además, siempre era necesario ir abriendo caminos a medida que avanzaba la exploración, para permitir el flujo de personas y materiales, y a la vez reforzarlos con madera para evitar derrumbes y riesgos a los trabajadores. En esto mi padre siempre fué meticuloso en asegurar que los refuerzos fueran hechos correctamente, para que fueran efectivos en la prevención de accidents.

Operaciones:  

En el patio de la mina generalmente había en existencia un cúmulo de troncos de madera, normalmente de eucalipto por ser más resistente, de unos cinco metros de largo. Los patieros se armaban de un trocero (serrucho grande) y una zuela, con los cuales cortaban las palancas o parales de unos dos metros de largo, y preparaban las cabeceras necesarias para reforzar el techo y evitar que se desplomara en la medida en que se iba extrayendo el carbón de la veta. Cerca del patio había también una herrería, dotada de una hornilla con fuelle, un yunque y un martillo, herramientas con las cuales el herrero afilaba las picas para extraer el carbón.

El motorista estaba pendiente cuando alguien dentro de la mina le activaba un timbre jalando una cuerda o alambre, momento en el cual prendía el motor y sacaba el carrito cargado con carbón (o laja, o tierra, según el caso). Una vez afuera el carrito, el patiero lo transportaba sobre rieles al area de carga de los camiones, donde lo volteaban, descargaban y amontonaban su contenido el carbón según el tipo de carga (carbón o cisco), mientras se vendía. Cada carro contenía aproximadamente media tonelada de material.

El trabajo más duro era realizado por el picador, quien trabajaba desde sentado dentro del socavón, que en ocasiones tan solo tenía 80 centímetros de altura (el grosor de la veta), por lo general en la veta cuarta, aunque en vetas más superficiales como la primera, la segunda o la tercera, el grosor de la veta era de 100 o 120 centímetros), lo cual permitía mayor producción, pues el picador trabajaba más cómodo y el carbón era más blando, pero también eran más frecuentes los derrumbes, pues el techo no era de roca sólida. El carbón de la veta cuarta era el mejor y el preferido, por el poder calórico que tenía, y lo brillante del mineral, pero era el más costoso producir porque estaba más profundo y era más duro para picar.

La longitud de los túneles era de aproximadamente 100 metros cuando llegaban a la veta primera, y 150 metros cuando llegaban a la cuarta, con una inclinación aproximada de 45 grados. Las verticales tenían una profundidad de 80 metros aproximadamente. Una vez extraído el carbón era necesario “desmanchonar”, que quiere decir que había que abrir caminos de dos metros de alto por dos de ancho, para el paso de las personas, los carritos, y en ocasiones los bueyes.

Para la apertura de caminos muchas veces era necesario el uso de la dinamita, para lo cual era necesario tomar muchas precauciones, pues nadie debía estar cerca. Se avisaba a los trabajadores que estaban cerca, y se impedía el paso al sitio de la explosión, pues podían ocurrir derrumbes inesperados, o caída de piedras. El picador abría cuidadosamente un hueco profundo dentro de la roca con una varilla de hierro, por el cual pasaba tan solo el taco de dinamita, al cual se le insertaba el fulminante que iba conectado con la mecha de uno o dos metros de largo, la cual al prenderse con la lámpara de carburo transmitía la chispa que activaba el fulminante, y éste a la dinamita, en unos 5 a 10 minutos, tiempo suficiente para que el trabajador se alejara lo suficiente cuando se producía la explosión.

El alumbrado en el 93% de las minas se realizaba con lámparas de carburo. En las minas grandes el alumbrado era con bombillas eléctricas. La ventilación se efectuaba mediante verticales o socabones. Pocos mineros disponían de cascos o botas, principalmente por la incomodidad que les creaba.

Conclusiones:  

Una primera conclusión que podría sacar de este relato, es que los yacimientos de carbón en las veredas de Cacicazgo y San Vicente fueron muy ricos, ya que no obstante haber sido explotados por más de 70 años todavía existen remanentes, los cuales no son económicamente viables para explotar actualmente, debido principalmente a la mucha oferta (por ejemplo la de El Cerrejón) y la poca demanda local al no haber consumo domiciliario, ya que se utilizan otras fuentes de energía distintas al carbón que hacen que el precio comercial sería muy bajo, comparado con el altísimo costo que tendría su explotación en cuanto a mano de obra e inversion en tecnología.

De otra parte, actualmente no habría gente dispuesta a trabajar en los socavones en la forma tradicional o artesanal como se realizaba antes la explotación del carbón, ni a aportar el gran esfuerzo y sacrificio que impone la actividad minera. La única manera en que se podría tener mano de obra para la actividad minera es si la explotación se hiciese en forma tecnificada, para lo cual se requerirían costosas inversiones en máquinas y herramientas, y en capacitación y entrenamiento de la fuerza laboral. Se necesitaría formar una nueva generación tecnificada de mineros del carbón.

La inversión en tecnología y en exploración solo sería viable si se contara con un contrato que asegurara la compra del carbón a un precio suficientemente amplio para costear las máquinas y herramientas, y por otro lado se necesitaría adelantar estudios e investigación que confirmaran la disponibilidad de yacimientos en la cantidad demandada y en el tiempo requerido. De todas maneras es de tener en cuenta que como fuente energética se está desincentivando el uso de los derivados del carbón y el petroleo, y más bién se están promoviendo otras fuentes alternativas de energía.

Es muy claro que los yacimientos de los que se está hablando no permiten pensar en una explotación a cielo abierto, como se hace actualmente en El Cerrejón, ya que en Suesca están muy profundos (mas de 80 metros) y las vetas no son tan grandes, salvo el caso excepcional de las minas de “El Chiripazo” sobre la carretera de entrada a Suesca desde Sesquilé, donde Hipólito Cortés (otro tío) encontró una veta de dos metros de alto en un túnel que tan solo tenía 14 metros de profundidad. Sería más viable pensar en algún uso alternativo o especializado del carbón que se extraiga de tales yacimientos, como por ejemplo en la industria química o farmaceútica, o en otras industrias como la metalúrgica, para lo cual habría que hacer investigación y estudios que alguien debe costear.

Referencias

(1): Censo Minero del Carbón, William Balbín A., División de Minas – Fomento Minero, Ministerio de Minas y Energía, Junio de 1975.
(2): Un Relato de las Minas de Suesca, Rafael Palacios Cortés, blog Suesca Linda, post de Abril 6 de 2011.